Así termina este curso tan atípico. He recogido en una pagina Excel las vivencias de mis txikis y de sus familias, he lavado mi bata y la he guardado en un cajón hasta septiembre, si es que volvemos a las aulas. Lejos queda el 13 de marzo cuando se escribió en un twit del Departamento de Educación que las clases presenciales se suspendían y que comenzaba una nueva era desconocida hasta el momento. Fue un día duro y raro, recuerdo que lloré mucho y que me preocupé mucho más. Era jueves y no dormí apenas pensando qué íbamos a hacer con nuestro hijo y con nuestro alumnado. ¿Teledocencia? ¿Qué es eso? ¿Cómo se hace? ¿Quién nos va a ayudar? ¿Habrá directrices? Fue muy duro, ha sido muy duro. Un camino largo que hemos recorrido solos, sin más mochila que la de nuestros propios conocimientos y recursos inventados a última hora, sin más apoyo que esas familias que han estado allí, cada día dando feedback a nuestros intentos de normalizar la situación procurando que el tiempo que debíamos transcurrir en casa no fuera en vano. Y a pesar de todo me queda un gran poso.¡He tenido oportunidad de aprender tanto! Y también de compartir, y de dudar, y de llorar, y de reír. De trabajar, y de innovar, y de pensar, de repensar y volver a pensar. He borrado y he creado, he arrugado, y he guardado. Me he descubierto, y me he reinventado, me he desvelado, y me he agotado. Me he sentido perdida, equivocada, inoportuna, pesada, incomprendida y sola. Junto con la tiza y la pizarra he perdido también las vergüenzas. Y los abrazos, los besos, las miradas. Durante estos meses no he escuchado los gritos y carcajadas, los llantos y las disculpas, los “ya no soy tu amigo” y los “yo con fulanita”. Pero sobre todo he perdido una parte fundamental de mi vida, la que da sentido a mis días de lunes a viernes, la que me convierte en madre postiza de septiembre a junio de 9 a 16.30 horas, la que me da la fuerza para sostener la mirada de dolor, de incertidumbre, incluso de odio de una familia que no oye lo que espera, la que ocupa mis pensamientos y sobre todo la que me llena de vida cuando cojo una de esas pequeñas manitas, cuando recibo un retrato de Plastidecor, cuando mi abrazo calma el peor de los dolores, cuando una de mis tiritas se convierte en el centro de conversación, cuando reina el silencio absoluto antes del cuento. En fin, cuando vuelvo a ser maestra. Ahora me toca descansar, olvidar, construir de nuevo y de verdad que solo deseo poder volver a ser maestra de verdad en septiembre, no telemaestra. Telemaestra, no gracias.