Me temo que, en la acogida inaugural del curso escolar, los tutores de grupos en institutos no van a gastar sus habituales bromas a alumnos conocidos de años anteriores que han dado el estirón, les ha brotado un indicio de bigote, o han cambiado su voz infantil por otra de tono más ronco. Parece lógico, más bien, que las primeras alusiones, antes de exponer el plan de clase, se refieran al hecho tan imprevisible del covid, por cuya causa hemos sufrido una gran agitación sin que, ni siquiera los adolescentes, hayan evitado mantenerse visiblemente aturdidos por este brutal shock que les ha caído encima, a pesar de no creer, hasta el final, que lo sucedido en torno suyo no iba con ellos. La enseñanza tampoco ha sido una excepción, pues también está en crisis por ser un transparente calidoscopio de la sociedad. Con todo, por mucha inquietud y recelo que sintamos ante tal sacudida, no hay que lamentarse sino confiar en que alumnos y profesores juntos resuelvan mejor los problemas que por separado: los estudiantes, si se sirven de tal experiencia para madurar sin ser destructivos; los enseñantes, si son, a su vez, instructores y educadores, pero más lo segundo que lo primero, ayudados por una eficiente tecnología que les alivie de tareas relacionadas con la difusión tautológica de conocimientos para que los alumnos aprendan a aprender, por sí solos, conceptos sin ser previamente salivados por el profe, y conozcan que la mitad de lo que saben hoy perderá todo su sentido en un lapso de tiempo muy corto para ser suplantado por otro ulterior que lo convierta en algo definitivamente caduco; en consecuencia, se deberá cuidar más la formación de actitudes que los contenidos, y asumir que cultura es lo que queda después de haber olvidado lo aprendido, ya que el aprendizaje de conceptos, por sí solo, no es tan importante como el desarrollo de la personalidad del alumno, según anuncia Séneca en una de sus sentencias más propias: "Qué locura es dedicarse a enseñar y a aprender cosas inútiles en medio de la complejidad de estos tiempos. Muchas de las cosas que obligamos a aprender a los estudiantes son vanas porque no sirven para mejorar su conducta ni enriquecer su personalidad".