urante esta pandemia inédita, han proliferado los exabruptos, las descalificaciones y los insultos más gruesos, y se han proferido opiniones que causan gran perplejidad por su enorme vileza. Algunos comentaristas de la caverna mediática han llegado a afirmar que no podían creer que alguien de izquierdas pudiese condenar sinceramente el terrorismo de ETA porque al fin y al cabo la banda terrorista pugnó por unos intereses comunes a todo el progresismo. Ese rebuzno indigno conduce a la inevitable conclusión de que el guerracivilismo marca el debate en el Estado español, donde existe un elevado número de individuos relevantes de la política que desearía la guerra por sí misma, como un modo de vida. Precisamente el fascismo y el nazismo compartían una exaltación de los valores marciales. Por esta regla de tres, podríamos acusar a miembros de la Iglesia y a partidarios de la derecha de gozar con el genocidio contra el pueblo judío porque la intervención del ejército nazi resultó determinante para la victoria de las tropas de Franco, o tendríamos que pensar que todos ellos comparten y se alegran del asesinato de monseñor Ellacuría y otros jesuitas en El Salvador. Lo mismo podría decirse de tantos otros crímenes perpetrados por la extrema derecha. Lamentablemente, desde todas las ideologías y religiones se han conculcado los derechos humanos, ya sea en nombre de la patria, de valores como la igualdad y la justicia, o del mismísimo Dios. No obstante, la conciencia humanística y el amor por los demás seres humanos no son exclusivos tampoco de ninguna ideología.

El maniqueísmo se ha instalado tanto en la derecha como en la izquierda, pero la primera está aprovechando la pandemia y la grave crisis sanitaria, social y económica para intentar derrocar con malas artes a un gobierno legítimo. Sin embargo, tanto Pedro Sánchez como María Chivite en Navarra han sido investidos presidentes de acuerdo a las normas electorales y parlamentarias vigentes que establece la propia Constitución. Por lo tanto, la oposición no está legitimada para realizar una política de acoso y derribo tan rayana con el golpismo. UP participa en el juego político de las mayorías porque ha recibido el apoyo de millones de votantes, pero los mismos que privatizarían sin dudarlo todos los servicios públicos, educación y sanidad inclusive, le niegan el derecho a gobernar con base en la legitimación del nefasto golpe de Estado contra el Gobierno del Frente Popular de 1936. Parece evidente que la derecha está reproduciendo consciente y dolosamente el agitado clima político y social que precedió a la Guerra Civil del siglo XX. Que el PP se niegue a cumplir con esa mala intención el mandato constitucional de renovar el CGPJ se muestra más condenable todavía. Por otro lado, EH Bildu representa a una parte importante de la población vasco navarra, a la que no se puede dejar sin voz desde el punto de vista democrático. El dolor de las víctimas de ETA no justifica de ningún modo la censurable propuesta de la derecha española de ilegalización de las ideas de la izquierda independentista vasca. Lo mismo habría que decir del nacionalismo catalán, aunque lógicamente podamos criticar el unilateralismo de su proceso soberanista. De este modo, la derecha está crispando el debate político hasta extremos inauditos, pese a que las dificultades que toca arrostrar son hiperbólicas. En mi opinión, les resultaría mucho más rentable, incluso desde una perspectiva electoral, que la opinión pública pudiese valorar una actitud más solidaria en estos momentos tan delicados. Ya va siendo hora de que prevalezca la cultura del respeto y la tolerancia. Ha comenzado un nuevo curso político pero también el educativo. Transmitan, por favor, valores encomiables a los educandos desde los medios de comunicación y la clase política. Y a toda la ciudadanía. Eviten así esa desbocada agitación política que se traslada luego a la calle, dañando en demasía la convivencia.

El autor es escritor