Esta nota parte del convencimiento de que nuestra lengua es peyorativa y muchas veces ofensiva con los términos femeninos y que la misma, no trata de eso, va de politiquería.Una de las cosas que apasionan a nuestros políticos es, sin duda, manipular la semántica para sacarle el mayor partido a las medias verdades, medias mentiras o tocar la fibra emocional de las gentes, sin importarles demasiado las patadas que se le den al idioma si de lo que se trata es de enredar y de sacar una rentabilidad política a sus discursos demostrando a veces una incultura y una irresponsabilidad flagrante. El culpable de este desgraciado asunto y probablemente su iniciador, fue sin duda Juan José Ibarretxe, que comenzó con un tímido "los vascos y las vascas", creo que sin ser consciente de que estaba destapando la caja de los truenos. Nuestros políticos, incapaces de resistirse a un mal ejemplo y viendo un filón de votos femeninos en el asunto, no tardaron en ponerse manos a la obra, de manera que a partir de entonces comenzamos a ver que muchos discursos podían arrancar por ejemplo diciendo: "jienenses y jienensas", "bienvenidos y bienvenidas", "todos y todas", "componentes y componentas de esta comunidad" etcétera. Y se aficionaron a reventarnos los oídos sin contemplaciones con cosas como: "habitantes y habitantas", "inmigrantes e inmigrantas", "acompañantes y acompañantas", "conserjes y conserjas", "dirigentes y dirigentas", "escribientes y escribientas", "discrepantes y discrepantas", "fiscales y fiscalas", "testigos y testigas", "inteligentes e inteligentas". Convencidos de que de esa manera sensibilizaban mejor, a sus femeninas futuras votantas sin importarles un pimiento las más elementales reglas gramaticales de nuestra lengua, muy rica por cierto, demostrando una vez más su exquisito mal gusto cuando no su falta de preparación también en este tema, sin tener en cuenta que las mujeres son igual de inteligentes que los hombres y por supuesto bastante más que muchos políticos. ¡Qué pedrada tienen algunos!