El hijo del pintor
Arantxa Bakaikoa, viuda de Mari Ganuza, me recibe sonriente a las puertas de su domicilio de Gares, un precioso caserón que ambos construyeron con sus propias manos, y que lleva en cada rincón la huella del desaparecido gigantero. Sentados en la mesa del “txoko”, los recuerdos y las vivencias se suceden mientras ojeamos un montón de viejas fotografías. Jesús Mari Ganuza nació el 6 de abril de 1959 en la desaparecida clínica Alcalde, sita en la esquina de Carlos III con Roncesvalles, donde luego estuvo el edificio de la CAN. El domicilio familiar, sin embargo, estaba por aquel entonces fijado en un caserón del viejo barrio de Iturrama, en el camino de la Fuente del Hierro, actual calle homónima, frente al lugar donde hoy está el Centro de Salud de Iturrama. Allí, el matrimonio formado por Juanito Ganuza, pintor de profesión, y Amelia Senosiain, tuvo a sus tres hijos, Juan Ignacio, Jesús Mari y Marisol. Mari estudió en las Escuelas de San Juan, y luego en Maristas y en la Escolanía de San Antonio. Y fue en las clases infantiles de San Juan donde comenzaría a desarrollar su posterior afición, al utilizar una vieja cabeza de kiliki que había por allí para jugar con sus compañeros. Le encantaban los disfraces y, cuando las barracas sanfermineras se instalaban en la Vuelta del Castillo, era capaz de pasar horas mirando dar vueltas al Tren Chu-Chu, soñando con ser la bruja que repartía escobazos. Años después cumpliría sus sueños, al ser contratado para hacer de bruja, pero se despidió el día 5 de julio, porque comenzaban ya los sanfermines. En otro orden de cosas, en el año 1975 y cuando Mari tiene 16 años, construye su primera comparsa con otro amigo, utilizando cuatro cabezas que compraron en el desaparecido Bazar Jota. En compañía de los amigos del Club Aterbea, se dedicarán a recorrer el barrio de Iturrama con aquellos gigantillos, amenizando las festividades.
Tras el derribo de su casa en Fuente del Hierro, la familia Ganuza Senosiain se trasladó a vivir a la Vuelta del Castillo en febrero de 1975, de manera que nos convertimos en vecinos de portal. El Mari que recuerdo de aquella época era un joven aficionado a las salidas nocturnas, al que le encantaba disfrazarse. Durante varios años, en Nochevieja, en algún momento de la noche había una persona, disfrazada de viejo, de monstruo o de bruja, que nos tocaba en el hombro y nos hacía un gesto para que adivináramos quién era. Y siempre acertábamos, para desesperación de Mari, sencillamente porque nadie se disfrazaba tan bien como él.
El rey de la comparsa
En 1978 y con 19 años entra en la comparsa de Pamplona, y a partir de entonces reparte su trabajo como marmolista con las horas dedicadas a la propia comparsa, donde además invertía todo su tiempo libre. Todavía recuerdo, en nuestros años locos sanfermineros, cruzarnos muchas mañanas con él, cuando nosotros llegábamos a casa y él se marchaba ya, muchas veces sin dormir, a bailar a su querida reina europea. Con el paso del tiempo se convirtió en un profundo conocedor de la comparsa y sus entresijos. Sabía como nadie su historia, sus secretos y los misterios de cada uno de sus 25 gigantes, kilikis, cabezudos y zaldikos. A partir de la habilidad innata heredada de su padre el pintor, trabajando en la carpintería Ederra de Iturrama y formándose con el escultor Alfredo Sada, Mari aprendió a manejar la madera, el cartón, el pan de oro, los moldes y la silicona, de modo que él mismo hacía las restauraciones y los arreglos de urgencia, mientras que su amatxo, Amelia, se encargaba de los ropajes. Cuando un “pata” tiró al suelo a Joshemiguelerico en 1984, cuando una caída dejo descabezado a Toko-Toko en 1994, o cuando en 2013 un desgraciado golpe quebró el cuello de Braulia, Mari y su equipo permanecieron hasta la madrugada arreglándolos. Y cuando los periodistas preguntaban por el alcance de los daños, él simplemente respondía “pon que mañana saldrá como nuevo”. Mari solía decir que los gigantes están en forma, que tenemos comparsa para otro siglo, pero era contrario a que se expusieran en un museo. Ante concejales y alcaldes sostuvo siempre con firmeza que eso sería el fin porque, si pudieran verse todos los días, se perdería la magia de verlos aparecer, brillando al sol, cada 6 de julio.
Permaneció 40 años en la comparsa, de la cual fue presidente entre 1990 y 2019, convirtiéndola en uno de los símbolos más queridos de la ciudad, y todo un referente en el panorama de Navarra y del Estado. Mari defendía que cada figura de la comparsa tiene su propia personalidad, que el gigantero debe de adaptarse al gigante, no al revés, y fue él quien ideó la manera de bailarlos en grupo, creando coreografías. Ideó la iniciativa de “fichar” a dantzaris experimentados para mejorar la calidad de los bailes, y de él dicen sus excompañeros que era elegante y juguetón al bailar, y que fue un gran maestro, enseñando la técnica a quienes le sucederían. Incluso consiguió, una mañana de los años 80 y tras mucho insistir, que quien esto escribe se atreviera a portar la reina europea durante unos pocos metros, a paso de tortuga y temblando como una hoja.
Mucho más que un gigantero
La trayectoria de la comparsa alcanzó su momento álgido en 2010, al cumplir su 150 aniversario, momento en el que obtuvo la Medalla de Oro de la Ciudad, y su presidente, Mari Ganuza, lanzó el txupinazo de San Fermín. Aquel año, además, recibió el Gallico de Napardi, se editó un cuidadísimo libro conmemorativo, y se escenificó el espectáculo “los Hijos de Amorena” en la Plaza de Toros. La presidencia de Ganuza fue también un momento de gran proyección exterior. Fue el artífice del desplazamiento a Sevilla con motivo de la Expo del 92, a Compostela cuando el Xacobeo del 93, a la Expo de Zaragoza en 2008 y a Baiona con motivo del 150 aniversario, y desfiló al son de txistus y gaitas por la mismísima Puerta del Sol de Madrid en 2015.
El prestigio logrado propició además que comenzaran a llegar peticiones de arreglo o de construcción de nuevas comparsas para otros lugares. Para 2010 Mari había construido 86 gigantes, además de kilikis y otros tipos de figuras, como el Olentzero de nuestro zaguán municipal, creado en 2015, pudiendo destacar las copias de los dos gigantes europeos con los que el Gobierno de Navarra quiso obsequiar al Centro Navarro de Buenos Aires en 1995. Hoy en día pueden verse gigantes construidos de su mano en localidades como Puente la Reina, Barañain, Obanos, Leitza, Burlada, Milagro, Tudela o Santander. Sin olvidar que, en estas dos últimas localidades, además, hubo que enseñar la técnica de bailar a los nuevos giganteros. Fue también colaborador del Olentzero y de la de la Cabalgata de Reyes, habiendo encarnado al rey Gaspar en la Navidad de 2004. Fue dibujante de pancartas sanfermineras, socio de las peñas El Bronce y Muthiko Alaiak, y miembro del jurado de los fuegos artificiales. Fue también portador de pasos de Semana Santa y guitarrista en el grupo Navarrerías. Le tocó asumir muchas responsabilidades, y de él se dice que era exigente y perfeccionista, y que era poco partidario de los papeleos, prefiriendo sellar los acuerdos con un apretón de manos, a la antigua usanza. Y cuando, en el ejercicio de su responsabilidad, le tocó plantar cara a las autoridades, ya fueran municipales o eclesiásticas, lo hizo de manera firme, valiente y sin complejos.
Los últimos años
Mari Ganuza dejó la comparsa en el año 2019 pero, aunque construyó su casa en Puente la Reina/Gares, localidad natal de su compañera, nunca se desentendió de los asuntos de Pamplona. Y permaneció siempre dispuesto a echar una mano a un amigo. He repasado las conversaciones de WhatsApp mantenidas con él, y he constatado con emoción y cierta tristeza que casi todas ellas comienzan cuando le pido que me cuente algo, me confirme un dato o me informe sobre algún asunto. Fino y elegante hasta el final, Mari falleció el día 22 de febrero de 2025, con tan solo 65 años, y dejó tras de él un hueco tan solo comparable a su enorme legado. Por ello, el Ayuntamiento por el que tanto hizo, decidió dar su nombre a un parque del barrio de Sanduzelai/San Jorge, como expresión del enorme sentimiento de gratitud que dejó en su entorno y en toda la ciudad.