esde la Inglaterra profunda, el derecho a estar solo supone una de las aportaciones británicas a la civilización occidental y a la cultura de masas, como el cine de Hollywood, con títulos míticos como Solo ante el peligro, por ejemplo, o tantos otros filmes policíacos o del salvaje oeste en que un individuo soluciona el conflicto de la comunidad o incluso del país. Existen también versiones inverosímiles y decadentes de un soldado de élite que abate solo a ejércitos enteros de comunistas, a comandos de terroristas yihadistas o a la mafia del narcotráfico. El puritanismo británico proviene de ese individualismo exacerbado y su contrapartida: la hipocresía, también típicamente británica. La palabra single contiene semas o connotaciones aceptados allí socialmente como positivos. El carácter del pueblo vasco tradicionalmente ha estado marcado por un individualismo semejante, una de las razones tal vez de que Euskadi haya mantenido estrechos lazos económicos y culturales con el Reino Unido; de ahí que participase en la I Revolución Industrial mientras que España permanecía en el atraso. Generalmente, los caseríos se construían alejados del núcleo urbano y la aldea típicamente vasca aparece con las viviendas diseminadas. En el resto de la Península, en cambio, se ha tendido a la vida social intensa, al grupo numeroso, a la vida en la calle, con una gran consideración por la amistad y con una supervaloración de las compañías. En España se reconocían dos tipos de solitarios: un hombre muy importante a quien se le supone gran capacidad de reflexión, o el considerado como loco y endemoniado y juzgado con enorme frecuencia por la Inquisición. Esto permanece, y en la psiquiatría de la Seguridad Social se sigue tratando a las personas que tienden a aislarse como afectadas por un problema mental grave.

Tal vez este carácter hispano represente una las causas principales de que el coronavirus se esté cebando con la población española. Hasta hace muy poco, cobardemente, las cuadrillas se mofaban de los transeúntes que caminan solos por la calle o de quien se toma sin compañía un pote en un bar, las manadas de machos alfas agredían sexualmente a chicas solas, y el acoso escolar y laboral se producía como un abuso del grupo a un compañero. No obstante, el miedo a la soledad de gran parte de nuestros jóvenes ha conseguido que el coronavirus se expanda preocupantemente, con graves perjuicios para la salud pública y para el empleo y la economía. Y, sin embargo, en estos días se debería interpelar a todos los miembros de la comunidad de estudiantes de Pamplona para que emprendan una etapa de estudio más solitario. Tal vez en esa soledad estudiosa descubran el placer de la reflexión introspectiva que conduce al autoconocimiento, imprescindible para madurar y para convertirse en personas inteligentes y conscientes. La soledad indeseada puede provocar problemas psicológicos menores, de acuerdo: tristeza, ansiedad, sentimiento de pérdida, etcétera; pero el sentimiento de culpabilidad de haber provocado la propagación de un virus mortífero, causante del confinamiento, la enfermedad y la muerte de personas cercanas (en muchos casos en soledad y sin que puedan despedirse de sus allegados) y de una grave crisis económica cuyas consecuencias sufrirá toda la sociedad durante lustros, puede resultar letal para la estructura de la psiquis, ya que en la medida en que vayan madurando, estos jóvenes tomarán mayor conciencia de su gravísima irresponsabilidad. Por otro lado, la soledad elegida resulta muy bella, tanto más cuanto que potencia la creatividad. Filósofos como Arthur Schopenhauer opinaban que estar con supuestos amigos no es más que una pérdida de tiempo. El aislamiento no es recomendable, desde luego, pero ahora toca aprender a relacionarse de otra manera y a espaciar los encuentros. Quizá así aprendamos a valorar más a las personas que realmente nos deben importar, sobre todo a la familia.

El autor es escritor y colaborador de Anasaps