A mis 76 años, soy viudo y tengo cinco hijos. Tengo una vida tranquila y sin casi preocupaciones. He sido ciclista, autodidacta y muchas cosas más para poder sacar a mi familia adelante. Nunca he fumado ni he bebido, y mis alimentos preferidos son los productos de mi huerta, que a su vez es mi segunda afición después de caminar todos los días varios kilómetros por la Cuenca de Pamplona.Había oído hablar de la pandemia, estaba bien informado por las noticias y, lógicamente, con mucha preocupación, pero con mis hábitos tan saludables estaba convencido de que el coronavirus no iba conmigo, que era cosa de otros. No obstante, estaba equipado con todos los accesorios habidos y por haber, mascarillas de todo tipo, guantes, gel desinfectante...Un día después de una reunión con cuatro amigos empecé a sentir los síntomas de los que ya había oído hablar producidos por el covid: escalofríos, tos seca, fiebre y un cansancio que desconocía y que no podía entender. Conclusión: PCR positivo. Mis hijos me obligaron a acudir al centro de salud a pesar de que yo no estaba dispuesto. Sería la primera vez en mi vida: los catarros los curaba con leche, miel y una copa de coñac. Allí me hicieron una radiografía de urgencia y me detectaron una neumonía potencialmente mortal: rápidamente una ambulancia me llevó al hospital.No entendía nada, nunca estuve ingresado en un hospital, pero cada momento que pasaba me sentía peor. No tenía fuerzas ni ganas, solo quería dormir. La sensación era de que había llegado el final, cosa que estaba dispuesto a aceptar.Con lo que no contaba es con un equipo humano de la 5ª planta de la Residencia Virgen del Camino: médicos, enfermeras, auxiliares, personal de limpieza y muchas personas más. Me asistían y me cuidaban con un cariño tan especial que llegué a pensar que eran los ángeles del cielo.Fue necesario que pasaran 23 días para empezar a sentirme mejor. Gracias al enorme esfuerzo, control y cariño que me estaban inyectando, cada vez me sentía más animado. Esta terapia de amabilidad, amor, alegría y amistad que recibía en todo momento, sumada a los tratamientos, me permitió finalmente recuperarme.Hoy es el día en el que no existen palabras de agradecimiento para estos ángeles terrenales por la labor que han hecho y que están haciendo día tras día, no solo conmigo sino con tantísimas personas que pasamos por esa planta de la residencia y por todo el hospital.Mi vida vuelve a transcurrir de nuevo con tranquilidad, pero con unos valores añadidos gracias a estas personas sanitarias de Navarra que me han salvado la vida, gracias a esa vacuna tan peculiar a la que hago referencia.