Al presidente del Partido Popular se le está poniendo, por momentos, cara de haba. Suelta incongruencias saliéndose del tiesto político, como si el que le llevara el apunte fuera el enemigo que todo presidente de partido tiene dentro mismo de su casa. Lo mismo propone incluir en el Código Civil contenidos que llevan tiempo en él, que le rechazan en el Congreso dos proposiciones relativas a los indultos, o lo vemos en Colón mirando al suelo mientras Ayuso le mienta al Rey, chirriándole hasta las meninges. Acto seguido, le susurra el presidente de la CEOE, con una media sonrisa, que "si es para bien..." y los obispos le hacen los coros desde el púlpito, con aroma de incienso y melodía de órgano, olvidando que una vez compartieron sandalias por las calles en contra de tantas cosas. Definitivamente, Pablo Casado ha sido abandonado. Hasta sus incondicionales, Javier Maroto, Teodoro García Egea o Pablo Montesinos sufren lo indecible para seguir a su jefe en argumentos y explicaciones.Pero lo más grave es que aún no se le conocen propuestas en positivo para poner solución a todo lo que denigra y con lo que se ensaña desde su escaño usando un vocabulario soez y grosero, indigno del marco en que se utiliza. No hay nada que le parezca bien pero tampoco aporta alternativa alguna para, al menos, hacer pensar a los que le escuchan. Es negativo, nefasto, ladrador y, lo peor, no es un político.