A quienes lideran y han liderado Aspace-Navarra seguro que, una vez más, les sienta muy bien, de maravilla, y que les dure esa actitud vital, el día de nuestro copatrón San Francisco Javier, la celebración, por ello, el 3 de diciembre, del Día de Navarra. Tal Día de Navarra lo recuerdo porque así lo aprobamos en el Parlamento de Navarra en 1985 mediante la ley foral 18 de ese año. Les conozco bien, sé de la enorme calidad humana que atesoran tales rectores de Aspace, y sé, por lo mismo que, chinitas a la mar, a estas alturas han dejado ya de lado, han tirado ya al baúl de sus sueños (su verdadero sueño es poder llevar a cabo eficiente y eficazmente cada día su trabajo), han asumido ya, digo, con la mejor de las deportividades, lo que pudo ser, estuvo en un tris de serlo, pero finalmente no fue. Con ocasión de la celebración del 50 aniversario de tan excepcional institución, Aspace-Navarra, la concesión por el Gobierno de la Medalla de Oro de Navarra. Decidida, al cabo, en favor de Osasuna, con motivo de su 101 o 102 centenario, que de todo hablan las versiones. En una decisión, chocante y llamativa para empezar, con calado publicitario sin duda para seguir, pero, social y hasta sociológicamente discutible (dados los propios términos de la convocatoria de concesión y el procedimiento utilizado para hacer llegar la propuesta) y, en cualquier caso, una decisión que al propio Gobierno de Navarra le ha tenido que suponer no pocos arrestos para tomarla. Dado, me consta, por ser pública y notoria su excelente valoración de Aspace-Navarra, de su obra, de su trayectoria y de sus ingentes y exitosas actuaciones en favor de la parálisis cerebral y enfermedades afines y, hay que resaltarlo, la empleabilidad en el sector. Atender a más de 800 personas con discapacidad y proporcionar empleo a más de 500, como viene haciendo Aspace, no es asunto menor. Jamás lo fue ni podrá serlo. Junto a la excepcional y cincuentenaria historia de que puede hacer gala Aspace-Navarra, son hechos mayores que había y hay que considerar en su justa medida, por su grandeza. Por eso hizo bien el Gobierno foral en estimarlos e hicieron, muy bien, quienes propusieron a Aspace para la Medalla de Oro, ese abanico de ayuntamientos tan diferentes por su dimensión y tan distintos al tiempo ideológicamente como los de Aoiz, Baztan, Bera, Cendea de Cizur, Lesaka, Noain (Valle de Elorz), Roncesvalles y Pamplona. Representativos, todo un logro, de mucho más del 40% de la población navarra, y excelentes conocedores de la obra de Aspace-Navarra en su respectiva localidad y zona. Y aún así, y todo, no ha sido suficiente para la obtención por Aspace de la Medalla de Oro. A ciencia y conciencia ciertas, ¿por? Inescrutables decisiones de Navarra que diría aquel. Aunque, menos mal, digo yo que, desatendiendo alguna anacrónica petición, propia del pasado anterior a 1977, nuestro gobierno foral optó por dar a conocer, como debe serlo en un Estado democrático y de Derecho, no solo al nominado finalmente, nuestro Osasuna del alma por otro lado, sino a los tres nominados a la Medalla, uno Aspace-Navarra, institución merecedora sin duda (en realidad lo será siempre) de esa Medalla de Oro y de cuantas otras medallas hay en una comunidad como la nuestra, en la que Aspace nació, a la que ha servido social e impecablemente desde entonces, y desde la que, hace ya bastante, fue capaz de proyectarse al resto de España creando la Confederación Aspace, y aún al resto del mundo contribuyendo decisivamente al empuje y mantenimiento del CPISRA (Asociacion Internacional para la Recreación y el Deporte de las Personas con Parálisis Cerebral), de tan exitosa participación en varias paraolimpiadas. Una obra magna y mayúscula pues, al cabo, la de Aspace-Navarra. Merecedora, por ello, y su dimensión, de todos los premios, y en sus 50 años de existencia, de lo que ha estado a punto de conseguir: la susodicha Medalla de Oro de Navarra.