Cuando se acercan estas fechas se multiplican los mensajes emitidos desde el progresismo a favor de sustituir la denominación de estas entrañables celebraciones por otros nombres sin presunto contenido religioso. Sorprende, sin embargo, que la mayoría de estas personas que apelan a la corrección política para no herir a otras religiones tienen sus redes sociales llenas de felicitaciones de efemérides -como el Ramadán- pertenecientes a otras confesiones. Que no nos engañen, lo que fastidia a los defensores del globalismo y de sus ideologías anexas no es el origen religioso de estas celebraciones, es su herencia cristiana. Los mismos políticos que tratan de esconder o ridiculizar las escenas del nacimiento católico en los ayuntamientos en los que gobiernan, no tienen reparo en asistir a cualquier otra celebración con la única condición de que no pertenezca al acervo cultural occidental. Lo que fastidia a la progresía biempensante de la pascua católica son, sobre todo, dos cuestiones: su esencia familiar y su carácter cristiano. Dos de los pilares fundamentales del individuo, su entorno más próximo y su dimensión espiritual, contra los que lucha el pensamiento moderno. Por un lado, las reuniones de personas allegadas en estas entrañables fechas chocan con el ardiente interés del mundo actual por apartar al individuo de sus grupos de referencia y dejarlo solo. En la era postmoderna se vive solo, se viaja solo, se come solo... ese afán que siente la gente en estos días por juntarse con las personas con las que comparte lazos de sangre o amistad es absolutamente insoportable para el ideario individualista contemporáneo. Por el otro lado, el problema que tiene gran parte de esta pseudoizquierda es que no soporta nada que provenga de nuestro pasado, de nuestro acervo cultural occidental; ese que tanta prosperidad y libertad ha traído a este mundo. La mayoría de los progres son capaces de defender las prácticas ancestrales de cualquier otro origen -por muy salvajes o injustas que sean- mientras que todo cuanto proviene de nuestra tradición greco-latina-cristiana es considerado caduco y retrógrado. Esta aversión a nuestras tradiciones demuestra cuál es el verdadero objetivo de las ideologías globalistas: borrar de la faz de la tierra nuestro acervo civilizatorio y sustituirlo por una sopa multicultural sin forma y sin fondo. Estas son las dos razones por las que el pensamiento moderno imperante odia la Navidad: porque nos acerca a nuestros seres queridos y porque nos recuerda que, hasta no hace mucho tiempo, Occidente también tuvo unos valores en los que creer. Felices fiestas.

*Autor del libro ‘Abajo la modernidad’