La nueva variante aparecida en Sudáfrica, la ya famosa variante ómicron, ha vuelto a poner en jaque la economía mundial. Por suerte, se ha descubierto que las vacunas evitan la mayor parte de los casos graves que pudiera producir esta nueva variante y los científicos también trabajan a contrarreloj en el desarrollo de las vacunas esterilizantes que eliminen la transmisión. Pero, ¿somos conscientes de lo vivo que está este virus y lo astuto que es? Cegados por nuestra sociedad primermundista, puede que no nos hayamos dado cuenta de que la falta de vacunas en países subdesarrollados propicia al virus la oportunidad de evolucionar y amenazar nuestra estabilidad. La variante ómicron cuenta con más de 50 mutaciones, algo insólito para la comunidad científica. Y no será la última variante que aparezca, alertan los expertos. Si los países más ricos continúan desperdiciando millones de dosis de vacunas perfectamente aprovechables en otros países, o si la vacunación en África continúa por debajo del 10%, no valdrá absolutamente de nada tener al 90% de la población española completamente inmunizada. El virus tendrá su cuartel general en países con poca tasa de vacunación y desde allí podrá enviarnos escuadrones de nuevas variantes. Y en cuanto una de ellas rompa la barrera protectora de las vacunas, ¿qué haremos? ¿Tendremos que esperar otro año para tener nuevas vacunas? Cada día mueren personas que hace apenas dos años tenían su vida, sus proyectos. ¿Cuánta gente más va a tener que morir para darnos cuenta de que esto es una guerra? Pero no una guerra por separado, como pretenden algunas superpotencias económicas, ni una guerra política que sirva como arma arrojadiza entre partidos, sino una guerra que tendremos que seguir librando hasta que se vacune al último ciudadano de este mundo.