a palabra estadista está desprestigiada en España por el papanatismo de sus líderes y su política incoherente y anfibia. La omnipresente sombra de la corrupción oculta zafias maniobras de pirómanos del PP, poniendo en llamas a su propio partido y queriendo luego apagar el incendio, entregados a una suerte de harakiri sin honor que desangra la confianza ciudadana. Se están atravesando líneas rojas, mientras la continua artillería del monólogo gubernamental no deja espacio fluido al entendimiento. El Gobierno, en su altanería, está dando paso a las más absurdas astracanadas. Se nos muestra, como La gran odalisca, de Ingres, sin ningún pudor ni sonrojo en sus descarados destapes políticos, ante el vasallaje y la inexplicable credulidad de una sociedad adormecida, fácilmente manejable, que renuncia a poner en cuarentena el vertiginoso aluvión de información, en el que es preciso separar la verdad de los bulos y falsedades. La política española, que ha normalizado la desaparición de "palabra de honor", es un serial de continuas intrigas, con capítulos de tensión y suspense de inesperados desenlaces. Nos estamos rodeando de iconoclastas, armados de cinismo, que estrangulan la imaginación y exaltan la doble moral y la hipocresía. Esta proliferación de movimientos propios de filibusteros, que utilizan en su beneficio cualquier resquicio que les permita el reglamento, se sustenta y vive de frases, gestos y obviedades, asegurándonos un variopinto devenir en el gran circo de la política, donde las diversas mutilaciones del espíritu ético están alcanzando cotas que hacen de la dignidad y la libertad una doble miseria.

El Gobierno, travestido de Cid, tan solo baja del caballo para hincar la rodilla, con estudiados gestos de impostura, ante las amistades convenientes que faciliten en las urnas los necesarios votos para su permanencia, campeando a sus anchas por jardines heredados de una inefable incompetencia política, sin reparar en las víctimas colaterales que se hunden en sus, ahora, arenas movedizas; víctimas hastiadas de una excesiva información agorera que secuestra el pensamiento crítico, y sabedoras de que no hay para ellas un luminoso futuro. La mejora del paro, pobreza y problemas sociales se ralentiza ante el pugilato que mantienen los partidos, mientras nuestra balanza de pagos está tan descompensada en lo ideológico como en lo monetario. Nuestro país, cuya política se encuentra siempre en promesa de flor, precisa la agricultura del diálogo para alcanzar los frutos maduros por los que luchamos, pero la corrupción y la inmanencia histórica nacional del eterno pueblo contra el pueblo, que representa nuestra obra dramática más sostenida en el tiempo, sigue buscando una torpe gresca que nos debilita y nos mantiene haciendo antesala delante del auténtico progreso, generando a la vez la desorientación de la ciudadanía cuando toca acudir a votar ante un desfile de megalómanos, y dando lugar a la tentación de abstenerse en las urnas, o bien practicar el repetido y absurdo voto del cabreo, que es el más irracional de todos los votos. Hay un voluntariado de la ignorancia que se mueve entre manipulaciones y demagogias, ganando adeptos con gran rapidez y exhibiendo su marcada afición a retorcer y distorsionar la historia.

El paroxismo ciudadano empieza a confundir la esencia del bien y del mal, desorientada por las connotaciones propias de un peligroso materialismo, y dejándola sin fe alguna en manos del Estado, al que se le entrega el testigo mediante el eterno acto bíblico de lavado de manos. Miles de seres, manejados como remeros resignados, se sumergen cada noche en esa huida freudiana de paz y tregua nocturna que naufraga al amanecer, mientras la desmedida magnitud de ambición de los diversos partidos envenena y pervierte sueños y esperanzas con irrespetuosas y sonrojantes descalificaciones, hiriendo la dignidad y libertad de pensamiento de sus votantes. No hay solución milagrosa para una sociedad que no sabe aprender de su pasado.

La España de charanga y pandereta que describió Machado se encuentra en extraña mutación, en pleno bostezo nacional y demasiado lejos de encontrar "su mármol y su día".