Esta noche habrá nacido un bebé en esas tierras revueltas donde estallan las bombas. En el camino de huida de la guerra, con sus padres y algún familiar más llevando su vida en una maleta, diciendo adiós a su mundo conocido, adiós a su vida tal como era hasta ahora. Adiós a sus trabajos y ocupaciones, adiós a sus familiares, a sus amigos y vecinos. Adiós a los árboles del parque y a la panadería de Natalka, adiós a la frutería y al estanco, adiós a la zapatería de Mykhailo, a las callejuelas del barrio... Cuando todo saltó por los aires y tuvieron que huir en interminables filas de coches para salir de la ciudad, el bebé no comprendió que no era un buen momento para venir al mundo y quiso nacer. Sin nada de lo que sus padres prepararon para su llegada: su cunita de madera, su carrito de paseo, sus mantitas bordadas con su nombre y sus pijamitas con ovejas y palomas. Nada, él quiso llegar. ¿Y el hospital? ¿Y la maternidad? ¿Y la matrona y demás personal de Ginecología y Enfermería? ¿Y los cuidados del parto? ¡Ojalá hayan encontrado un lugar! ¡Ojalá la posada tuviera un sitio caldeado para que el bebé viniera al mundo! ¡Ojalá se hayan cruzado en su camino esos ángeles que a veces aparecen, como si nada, y generosamente dan su ayuda, acompañan, aportan un calor especial al ambiente, una calma transparente y desaparecen! ¡Ojalá hayan tenido el aliento de un buey, el calor de una mula! ¡Ojalá hayan contemplado una estrella en el cielo sonriéndoles y dándoles una chispa de esperanza!