e confieso sorprendentemente sorprendido por el escandaloso y ruidoso revuelo surgido a raiz de descubrirse el espionaje al parecer a no menos de 65 elementos de diversa índole por parte de nuestro Estado protector. Muy pocos me parecen. Unos protestan indignados y otros defienden y apoyan semejantes métodos, en particular toda la caverna de la Brunete mediática y gente de derecha y ultraderecha, sin detenerse a pensar o creer, con toda su fingida inocencia, que ellos también han sido espiados con absoluta seguridad en algún tiempo. Según el Gobierno de que se trate.

Hace cinco años se me ocurrió publicar una cosilla de ficción-realidad titulada Está en Elizondo: lo tenemos bajo control (Diario de Noticias, 9 de abril de 2017), en la que un insurrecto anónimo era seguido “por la pantalla de su teléfono móvil y la esfera de su reloj” que le había regalado un preboste de un país extranjero, mediante “el satélite (que) nos mantiene al corriente de todos sus movimientos, le vemos hasta los cordones de los zapatos, que por cierto los lleva sueltos”. Cuando en pleno auge, uso y abuso de las redes sociales se conoce todo lo referente al común de los humanos, considero una simpleza creer que el Gran Hermano no controla hasta la marca de leche que consumimos. No es necesario recurrir a George Orwell para eso.

Otra que tal, la guerra, la invasión de Ucrania. Después de la primera semana, escéptico total, me limito a los titulares y punto, en un desgraciado y recurrente asunto que preocupa esta vez porque nos pilla más cerca, por las repercusiones energéticas (y económicas, gran negocio las guerras) que amenazan con volvernos a la luz de las velas más todavía y por su capacidad de prolongarse en el tiempo. La muerte del primer soldado de Estados Unidos en la guerra de Vietnam salió en primera plaza, cuando pasaban de 20.000 ocupaban una esquina perdida entre páginas y rest in peace, descansen en paz.

Ahora se estrena otra película, el regreso del gran héroe de la pradera, el emérito que, según, tras la expulsión de los romanos y los moros (luego los traería Franco a pasear españolistos a miles) convirtió España en un paraíso. No viene a dar explicaciones sobre sus turbios negocios, incluido el momio que se mercó y se aseguró aquel 23-F con la gran banca y algún otros Ibex-35. ¡Loado sea Dios! La derecha y su extrema parece como que acusan al Gobierno de su fuga, cuando si lo hizo fue por propia voluntad. Él y otros muchas sabran, que lo saben. Me trae al pairo lo que haga. Más me preocupa e indigna una breve reseña, perdida en un rincón: El Gobierno vasco subvenciona el pago de las costas a las víctimas de la guerra sucia. Y las apenas cuatro líneas finales: “A esta fuente de financiación se puede acoger ahora la familia de Josi Zabala, a la que la Audiencia Nacional le ha condenado a pagar 9.256 euros”. Y me pregunto si esa condena se les aplica por el coste de la cal viva que para intentar hacer desaparecer sus cuerpos se vertió sobre el mencionado Josi Zabala y su compañero Joxean Lasa. Y eso que hicieron sí me horroriza y me produce indignación.