Bendita corbata. Un simple elemento de decoración que sirve para todo, incluso para ahogarnos, aparte de liberarnos de la prohibición, consejo o como quiera llamarse de no usarla, nos sirve para aprender de la estupidez humana. La humilde corbata, convertida en símbolo de muchas cosas, entre ellas de elegancia, estupidez y chulería de clase, buen gusto y otras hierbas, sembrada por pueblos, calles, plazas, palacios, escenarios y despachos, ha pasado a ser elemento imprescindible para muchos filipichines, que sin ella se sienten desnudos, en cueros morales y técnicos. Se ha vuelto tan importante que va a salvar a la humanidad por ser la única cosa que va a contribuir al definitivo cambio climático que nos obliga a gastar menos de cosas esenciales y ahorrar más en energía acumulada en pilas, y por tanto en materiales que nos da la tierra, la simple tierra de siempre, esa marrón que pisamos, pero que encierra los minerales que nos salvará del frío, de Putin y de la tontería de gastar más de la cuenta. Sugiero hacer una escultura de un hombre y otra de mujer, grandes como un toro, desnudos, con el único elemento de vestido una corbata al cuello, y colocarla donde los toros de Osborne, en los montes y altozanos, serrijones y colinas peladas de las encinas que va quemando el fuego abrasador de incendios y otras vilezas. Ojo al dato.