Merced a un evento que me ha sobrevenido hace poco tiempo han vuelto a invadir mi mente las pesadumbres de la crisis política actual. No me refiero a la mala gestión del Gobierno, no; tampoco a la maquiavélica conquista ideológica o a la explícita corrupción de éste. Voy mucho más allá. Decía Aristóteles en su Política que el hombre, en tanto que social, es político por naturaleza; y actualiza su condición política en sociedad, es decir, al socializar. Es a esta política a la que me refiero: a la que conforma un principio constitutivo del ser humano. Porque hoy pasa esto: que no se pueden tocar ciertos temas porque se han convertido en tabú; y, si se tocan, como hay algunos que piensan distinto, generan controversia y la gente o se va o se queja. Es como una aversión al diálogo, una cerrazón en un bucle auto-satisfactorio de “mis ideas” inamovibles… Esto es catastrófico, pues el hombre solo mejora, solo aprende, saliendo de su caparazón y abriendo los ojos al mundo, lo que supone enfrentarse a la incomodidad de una discusión.

Hoy la gente no sabe dialogar, está como cerrada en banda, imbuida en la –¡terrible!– convicción de que ir contra las ideas de alguien es faltarle al respeto. ¡Menuda locura! ¡Cómo va a ser así! Se respeta a las personas, no a las ideas. Yo no respeto al comunismo, pero sí respeto a los comunistas. Respetar es no faltar a la caridad con las personas y tratarlas según su intrínseca dignidad, según su valor infinito. No es una falta de respeto decirle a una persona que está equivocada –más bien al contrario: se lo dices porque la quieres y la aprecias–.

Si alguien se va a suicidar, por ejemplo, yo no voy a respetar su decisión. O si hay quien piensa que los negros son inferiores, no voy a respetar tan macabra idea, pero sí le brindaré todos mis respetos a la persona que la sostiene. Decirle tanto al que se va a suicidar como al racista que no comparto sus ideas no es faltarles al respeto, sino poner en práctica lo más esencial y bello de la condición política del hombre: el diálogo. “Pero ¿y cómo sabes tú, listillo, lo que me conviene a mí? ¿Cómo sabes que estoy en el error? ¡Tú tienes tu verdad y yo la mía!”, me podría decir alguno. Cierto es que yo no poseo la verdad en su totalidad, pero que verdad no hay más que una es algo que no puede ser discutido. Que el libro que tengo ahora mismo encima de mi mesa es el libro que es y existe es verdad, por mucho que venga otro y empecinado me diga lo contrario. Como reza el principio de no contradicción, lo mismo no puede no ser lo mismo al mismo tiempo y en el mismo sentido de lo mismo. Cada cosa es la que es y la verdad es la adecuación de nuestro pensamiento con esa realidad. Entonces, sabiendo que verdad no hay más que una, sabiendo que cada individuo no tiene “su verdad”, sino que percibe una parte distinta de la del otro de la misma y única verdad, sabiendo eso, lo lógico sería fomentar el diálogo, enfrentar posiciones de forma cordial. Esto es la tan antigua y a la vez tan nueva mayéutica socrática. En la colisión de “mi verdad” con “tu verdad” se llega al precioso puerto de la verdad. Esto es siempre así. Sin diálogo no hay acercamiento a las perspectivas de los demás; y estas perspectivas enriquecen el conocimiento de la verdad, pues ni tú puedes llegar a la parte en la que el otro está asentado ni el otro puede conocer la dimensión que tú tienes presente. Ya lo decía Ortega con su perspectivismo. Cada persona tiene una visión de la misma realidad muy diferente a la del resto; y es en la confluencia de esas distintas visiones donde se da una mayor posesión mutua de la verdad.

Me da bastante pena que hoy se confundan con tanta asiduidad respeto y asentimiento; que tanta gente buena haya caído en esta trampa. Por eso estamos como estamos: ¡todos divididos, todos enfrentados! Sobreviene la más grave crisis política: la crisis del diálogo; una crisis que como no la paremos puede redundar en el fin de la democracia y de la paz. Ojalá podamos algún día alzar los corazones y, cogidos de la mano de los que piensan diferente, declamar a voz en grito con Machado: “¿Tu verdad? No. ¡La verdad! Y ven conmigo a buscarla”.