¿Cómo estamos cambiando el mundo? Hay un acontecimiento que nos ha marcado profundamente: la pandemia. Este hecho ha puesto frente a nosotros lo frágiles y lo interdependientes que somos, lo incompletos que somos sin los demás. Hemos asistido a múltiples respuestas solidarias. Nos ha puesto ante las narices que somos una aldea global por debajo de todas las identidades que necesitemos. Somos biología y queremos vivir.

Uno de los coletazos ha sido el aumento de la demanda de atención en salud mental. Contrariamente a lo que imaginaba, las demandadas de atención psicológica (al menos las que yo conozco) no están relacionadas con acontecimientos de la pandemia: fallecimientos, etcétera. No directamente, al menos. Entiendo que ésta ha podido funcionar como un desestabilizador de situaciones ya preexistentes. Los jóvenes han tenido un hachazo en su normal proceso de socialización por el cual van sustituyendo el espacio familiar por el de los amigos. Las consultas han aumentado mucho en estas edades.

Creo que ningún sociólogo pudo imaginar un test como está siendo la pandemia para el macrogrupo social. Tras vivir la solidaridad, hemos vivido la desconfianza y la creación de teorías de la conspiración. Desde una lectura grupal, se podría decir que tras la necesidad de obedecer y ser rescatados por gobiernos y administradores, ha habido movimientos contradependientes: combate a la autoridad, descreimiento. ¿Decepción porque las autoridades no nos rescatan de todo?

En estas estamos, cuando aparece un test colectivo a la solidaridad: una ley que limita en consumo de energía para mantener temperatura confortable. Por fin una medida que nos hace responsables a cada ciudadano, del consumo energético y nos pone unos límites muy concretos. Pero, ¿nos lo tienen que decir? ¿nos tienen que tratar como niños y poner esos límites tan concretos? Parece ser que sí. Parece que cuanto más lejos estén nuestras conductas de sus consecuencias, más irresponsables somos y más necesitamos a nuestros gobernantes para que nos digan "¡hasta aquí!". Lo hemos visto en la pandemia. Se nos presenta una carambola: la necesidad de ahorrar energía que impone la guerra se alinea con la de consumir menos debido al calentamiento global.

Creo que hemos olvidado ya la fragilidad y el miedo de la pandemia sin vacuna. Si eso es así, con más razón hemos olvidado a qué temperaturas hemos nacido y nos hemos criado. Cuando yo era chaval, no teníamos calefacción. Nos apiñábamos en la cocina que era lo único caliente en invierno. Ya nadie recuerda qué son los sabañones. Los 19 grados hubieran sido nuestro sueño. Respecto al aire acondicionado, ni sabíamos de su existencia. Quien no lo haya vivido solo tiene que preguntar a sus padres. Parece que nos hemos hecho ricos y que siempre ha sido así. Parece que cuanto más se aleja nuestra conducta de sus efectos, y de sus consecuencias inmediatas en nuestra vida, más difícil es pedir responsabilidad a las personas. La solidaridad y la cohesión en los grupos se basa en la cultura grupal que se haya creado.

¿Tenemos una cultura solidaria en nuestra sociedad? Me encanta esa cohesión en la que todos arrimamos el hombro. Eso da sentido a nuestro ser grupales (familia, amigos, equipos). Pero la corrupción no ayuda a querer arrimar el hombro, pasar un poco de fresco en casa embutido en tu jersey de esquiar. Debiéramos dar una noticia solidaria junto a cada una de corrupción. Necesitamos modelos solidarios. Pero la cultura grupal cambia muy lentamente. El caciquismo franquista no se cambió de un plumazo. Pero el planeta no puede esperar. Nuestros hijos llaman a la puerta. Mis nietos no verán los glaciares de los Alpes que yo he podido disfrutar. Tenemos que ser solidarios ya y tragarnos las noticias de la corrupción con el jersey y los calcetines gordos.

Ya lo dijo Borrell, representante de la Unión Europea para Política Exterior, en mayo de este año: que ahorráramos en calefacción. Nos lo tomamos como un chiste. Las soluciones tenían que llegar solo desde arriba.

Asumamos el poder que tenemos cada uno de nosotros. Seamos solidarios. ¿Será una vez más que nuestra baja autoestima no nos deja ver el poder que tenemos?

El autor es psiquiatra.