Muchos de los que llegan al poder se convierten en esperpento de sí mismos. Léase Hitler, Mussolini, Franco y Stalin. Podríamos nombrar a muchos más y más cercanos y actuales; un tal Felipe González, que se ha quedado en el chasis de un juguete articulado y con roña; no hablemos de Aznar y sus herederos de partido, porque no merece la pena ni nombrarlos para que no tomen más importancia de la desfachatez e idiotez obtusa que han demostrado. El actual presidente va camino del mismo precipicio. No sé qué les dan las alfombras cuando se pasean por los palacios de Europa que los personajes se vuelven del revés. Bueno, en verdad sí lo sé: las alfombras y salones emiten una dosis de liberalismo (lo mío para mí y lo tuyo para los dos) y otra sobredosis del más moderno neoliberalismo de país rico, que es el mismo pero más al día, aggiornamento le llaman en Italia, que les deja dopados para siempre jamás amén. Y olvidan sus raíces, las de las gentes de sus pueblos, las raíces de los olivos y encinares, los almendros, sarmientos y el vino, el salario mínimo y los mocos de niños y mayores.
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