Siguen cayéndose las paredes y no llegan las promesas hechas en la Corte... El techo ya deja salir las ramas de un árbol que creció lento, muy despacio, y rápido mostró las hojas que han de dorarse presto, con el otoño. Las gentes que veraneaban, pocas, fuéronse y cada vez quedamos menos en la aldea; sus habitantes, ancianos venerables van muriéndose, apagándose en medio de una lluvia amarilla de recuerdos, de hojas de fronda que caen desde otro otoño, preparando el crudo invierno. La escuela se cerró por falta de infantes, no hay familias jóvenes, ni trabajos accesibles que atraigan a otros..., tal vez los inmigrantes... Pues en Bolivia o Perú y México habría no pocos que venirse bien quisieran.

El gran problema de la desaparición del futuro crece con la ausencia de niños, ¿quién pagará nuestras pensiones? ¿quiénes cuidarán de los mayores? Tal vez habrá promociones de eutanasia, conminación a suicidios incentivados por los gobiernos en funciones. El nuestro no funciona. Mientras este gobierno se dedica a cambiar continuamente las leyes para intentar modificar nuestras costumbres, obseso con asuntos sexuales o maritales, reducido al entorno del ombligo, a facilitar el aborto en vez de nacimientos o adopciones, a pensar cómo prohibir la caza o a organizar nuestra vida con las mascotas, a minucias que nos hacen la existencia cada vez más complicada y menos libre..., lo esencial no funciona y la economía se desmorona.

La España Vaciada protesta ante las promesas incumplidas de sus gobernantes; anuncia que su plataforma territorial prepara para el comienzo del curso movilizaciones. Muchos, demasiados, se sienten estafados. Prometieron crear una Secretaría General para el Reto Demográfico y, en cambio, nuestros campos arrasados por los incendios yacen desertificándonos. No hay leyes que obliguen a los incendiarios a trabajos forzados replantando lo que han destruido, pagándolo así y trabajando hasta retornar lo que hicieron a algo similar a lo que fue antes de ellos. Como mucho, algo de cárcel, que pagamos todos. Nuestro sistema penitenciario es ridículo en tantas cosas..., propio de una sociedad tonta, imbecilizada, que se deja autodestruir sin consideraciones. Siguen los destructores de nuestros hogares, unidos a los necios gobernantes, dejándonos despojados de todo, entre impuestos, gastos que crecen, sueldos que se sumergen en el vacío de las deudas, crecientes. Terroristas, violadores, políticos traidores y ladrones escapan fácilmente al deber de restituir y compensar en la medida de lo posible el mal realizado. Los buenos sufren; los malos ocupan las casas en lugares atractivos y nada pasa con ellos, las leyes más cretinas les defienden y apenas pueden echarles... En cambio, las aldeas se vacían y no vienen pobladores...

Siguen cayendo, como hojas otoñales, en el invierno de nuestras civilizaciones, casas sencillas, a veces hermosas y hasta palacios o templos que estuvieron levantados, orgullosos, durante siglos creativos, en nuestras deshabitadas poblaciones.