Un año más, los festejos de carnaval han dado paso a la cuaresma, antaño lúgubre, triste y aburrida cuarentena invernal impuesta por el nacionalcatolicismo y hoy por suerte discreto tiempo litúrgico católico ajeno ya a la sociedad civil. Oscuro tiempo a los que a tenor de algunas noticias publicadas estos últimos días algunos nos quieren hacer volver.

Una escuela denunciada porque los alumnos y alumnas se han disfrazados de africanos, caldereros acusados de racistas, carrozas de carnaval retiradas, una madre vegana capaz de privar a su hija de la fiesta escolar de carnaval y denunciar a la escuela por disfrazarse de pescadores, hogueras de Miel Otxin suspendidas porque “son peligrosas” (como todo el mundo sabe la cantidad de txikis que han sufrido quemaduras en décadas de carnaval se cuentan por miles)... un delirio prohibicionista que está alcanzando ya cotas intolerables en una democracia mediamente normal.

Si hace casi un siglo fue la dictadura franquista quien borró del mapa a golpe de fusil y sermón el carnaval, fiesta pagana y transgresora donde las haya, hoy sin necesidad de una Delegación Nacional de Propaganda (por lo menos antes el represor tenía nombre), una turba de “ciudadanos ejemplares” con una empanada mental de órdago pretenden hacer lo mismo y, bajo el sofisma de lo políticamente correcto por bandera, se han convertido en los nuevos censores guardianes de la moralidad dejando cortos a aquellos funcionarios de la dictadura que amputaban películas, quemaban libros y prohibían toda expresión cultural que no comulgase con los principios morales del Movimiento Nacional.

Así, el nuevo Movimiento pretende ahora prohibir disfrazarse de negro, china o esquimal porque “es racista”. Hacerlo de rapero o cantaora es “apropiación cultural”. Olvídense de disfrazarse de obispo o Jesucristo porque estarán “atentando contra los sentimientos religiosos. ¿De punk?, tampoco: es “una burla hacia aquellas personas que protagonizaron uno de los movimientos contraculturales más importantes del siglo pasado”. ¿De cowboy?, ¡por favor!, estarán ustedes haciendo “apología del genocidio de los pueblos nativos americanos”. Pues entonces de sioux? ¡tampocoooo!, “estarán denigrando a un pueblo indígena”. ¿De picoleto o madero? perdón –de Fuerzas de Seguridad del Estado– ¡ni pensar!, “les debemos un respeto porque son los encargados de nuestra seguridad”. ¡Y no se les ocurra vestirse con ropas del género diferente al suyo porque entonces se meten ustedes en un jardín de órdago! ¡Lo tienen crudo nuestros paisanos y paisanas de Bera con sus Inudeak eta Artzaiak!

Por supuesto, los ancestrales personajes de nuestro querido carnaval rural deberán de ser transformados para cumplir con los estándares que los censores del siglo XXI permiten: el uso de pieles, cuernos y demás elementos de origen animal por parte de ihoaldunak, hartzak, momotxorroak y otros personajes deberá de prohibirse. Pero no nos preocupemos, desde el sudeste asiático nos llegaran contenedores con miles de disfraces homologados por la autoridad competente, y por supuesto de fabricación ética y más sostenibles que los elementos que usan nuestros baserritarras en sus decadentes ritos carnavaleros. Disfrácense todos y todas de las series más vistas, de superhéroes fascistoides y gilipolleces varias recomendadas en las letrinas de las redes sociales y conviértanse así en el ciudadano perfecto.

Ya que estamos, Torquemadas de pacotilla, indíquenme por favor dónde tengo que acudir para confesar mis numerosos pecados carnavaleros, aunque dado mi carácter reincidente dudo que el santo censor me absuelva. De hecho, aprovecho la ocasión para informarles que tengo pensado un disfraz cojonudo para el año que viene: ¡Cantante femenina de gospel!. Dada mi condición de hombre, caucásico, europeo y heterosexual, el disfraz ¡lo tiene todo!: apropiación cultural, es racista, es ofensivo para los músicos, para las mujeres, para trans y travestis, para gordos y gordas, para los cristian@s ya sean católicos o de la Iglesia pentecostal de los últimos días, para los descendientes de los esclavos... y si me apuran hasta para la organización de los Grammys y las modistas de pasarela. ¡Impresionante!, creo que de esta arderé en la hoguera de los herejes. Eso sí, mientras ustedes estén espiando y censurando a todo hijo de madre, yo estaré divirtiéndome mientras ofendo al mundo mundial cantando a los cuatro vientos Freedom de la irrepetible Aretha.

Y ya para acabar, como imagino que sus aburridos cerebros no serán muy creativos y las pasarán canutas para que se les ocurra un disfraz –reconozco que con la cantidad de complejos que padecen es difícil–, tengo una idea genial para que ustedes puedan celebrar el carnaval sin ofender a nadie: organicen La cena de los idiotas, genial y divertida película.