Las redes sociales nos traen imágenes de brutalidad policial ocurrida en el barrio madrileño de Lavapiés que recuerdan inquietantemente los efectos de otras escenas similares en ciudades de Estados Unidos, como la que acabó con la vida de George Floyd. Se ve que la derecha trumpista que gobierna la comunidad y la ciudad de Madrid ha imitado esos modos intimidatorios y potencialmente letales. El objetivo primero son ciudadanos de piel oscura, como al otro lado del océano, pero, para que no se diga que la policía madrileña es sectaria y contraria al multiculturalismo, no tiene inconveniente en aplicar sus métodos a toda clase de personas, sin distinción de raza, género o edad. Si en algo somos todos iguales es con un guripa cabalgando nuestra espalda.

En el caso que nos ocupa la víctima ha sido Txepe Lara, un productor cinematográfico de setenta y cinco años que se dirigió a la policía para interesarse por el estado de un joven magrebí al que inmovilizaban con gran aparato un grupo de guardias. Ante la osadía del viejo, los polis debieron pensar en que debían satisfacer su interés de manera factual y le aplicaron la misma respuesta que a los magrebíes detenidos, llave, al suelo, y, ante la posibilidad de que intente incorporarse, como parece que quiere hacerlo, un poli asienta todo su peso sobre el viejo, un tipo menudo y dialogante, como sabemos quienes le hemos conocido. ¿Se imaginan el efecto que puede tener este tratamiento policial en un organismo humano de setenta y cinco años? Los polis debieron pensar que si tenía la gallardía cívica de interesarse por un moro, también tendría la fortaleza física para aguantar la respuesta. Además, es más fácil inmovilizar a un viejo que a un joven veinteañero que se machaca en el gimnasio, y como dice la Constitución, todos somos iguales ante la ley.

Ignoramos si este episodio llegará a los tribunales, pero, si es así, resulta difícil imaginar que la resolución judicial vaya a ser favorable al viejo agredido. La ley mordaza, que nuestro bienamado gobierno socialcomunista y sus no menos amados socios de investidura no han querido tocar, otorga un plus de credibilidad a la policía. Los polis pueden alegar que el vejete intentó quitarle el arma a uno de los suyos. Hay precedentes, y muy notorios, de condenas judiciales por la mera declaración del policía presuntamente atacado aunque en el juicio oral este no consiguiera recordar ni un detalle del incidente. Ya se sabe que en la guerra todo es muy confuso, y el juez siempre puede inclinarse a creer que el vejete se lo ha buscado. Llegas a una edad en que estás jubilado a todos los efectos, de manera que la poli se limitó a recordárselo al viejo. Hay otro factor que opera en su contra. La policía puede rescatar del fondo de sus archivos su remoto pasado político como militante antifranquista, así que el incidente bien puede servir de materia para una de las homilías de doña Ayuso en su cruzada contra los enemigos de España.