Sin grandes titulares en los medios de comunicación, la OMS ha declarado el final de la emergencia internacional por covid-19. Hemos vivido una pesadilla en el planeta que ha dejado la nada despreciable cifra de 20 millones de muertos.

 En estos más de tres años de episodios víricos, los ciudadanos hemos pasado desde un impensable confinamiento en nuestras casas, a sentir cómo fallecían seres queridos, guardar distancias de seguridad entre las personas, llevar mascarillas... Además, las consecuencias en la economía se han hecho sentir, con la fuerte contracción a escala mundial. La cadena logística se vio detenida, lo que encareció bienes y servicios. La inflación apareció en nuestras vidas, siendo el covid-19, junto a la guerra de Ucrania, las causas que la provocaron, de la cual aún no nos hemos recuperado, en particular la alimenticia. Pero aquí no se detuvieron las consecuencias. Los problemas en salud mental aumentaron de forma exponencial en muchos países. Los sistemas sanitarios se tensionaron, siendo imposible soportar la demanda de pacientes por esta epidemia. Hoy nos estamos recuperando lentamente de esta guerra planetaria, que gracias a las vacunas ha podido ser detenida, al menos a nivel global. Todos hemos aprendido que somos vulnerables ante un virus que ha puesto a prueba a las sociedades de todos los países, y que ha ganado por goleada ante las brutales consecuencias que ha dejado. Sin duda, este lamentable episodio estará en la memoria de nuestras vidas, esperando haber dejado algo positivo para que no se vuelva a reproducir en las próximas generaciones. Este virus y el cambio climático están demostrando que las fronteras administrativas las establecen los seres humanos, siendo traspasadas por ambos sin ninguna dificultad. ¿Habremos aprendido de esta vulnerabilidad?