Volvemos a tener elecciones, dentro de 50 días. Se empieza a notar cansancio, la ausencia de energía viene de lejos, la ilusión decrece y la idea de la abstención cobra fuerza.

El resultado de las elecciones, -una tras otra- viene de influir en el estado de ánimo de los votantes, y no por las propuestas y programas, que nadie cree ni lee, azuzando el enfado y el miedo, creando afines, a un lado y a otro del espectro político, el aburrimiento de la ciudadanía que sabe que en el fondo será difícil que alguno mejore sus vidas, y que solo se trata del “quitate tú para que me ponga yo”, que ya me toca.

Pero la mayoría no contempla un cambio radical del sistema que suponga un riesgo. Cambiar un sistema que controla la familia, el trabajo, la vivienda y el ocio, por miedo, unos al cambio, y al cabreo los otros, por lo que no cambia. Así, todos nos conformamos con esta democracia, de la que nos han hecho creer, que es el sistema más malo, si excluimos todos los demás.