Sin reponernos del periplo electoral anterior, Pedro Sánchez convoca elecciones generales en plena canícula, etapa vacacional y puente de Santiago para rematar la faena. Siempre es bueno votar en democracia, pero no cabe duda de que otra fecha posterior a septiembre hubiera sido más adecuada para favorecer la participación. ¿O no? De todas formas, debemos acudir a las urnas por encima de esos inconvenientes, aunque cada cual es libre de hacer lo que estime oportuno.

Y si es tiempo de elecciones, también lo es de debates. Debería haber dos tipos de debate: el clásico, donde los aspirantes de los partidos políticos expongan sus programas en líneas generales, con el tiempo acotado y demás protocolos. Son debates problemáticos, pues si hay interrupciones, no se les entiende; y si respetan escrupulosamente los tiempos, desembocan en monólogos cansinos.

Hay que regular los debates y que atraigan a los votantes. ¿Cómo? Un grupo de periodistas u otros profesionales estudian a fondo los programas oficiales de las organizaciones políticas y preguntan a los candidatos sobre asuntos concretos, polémicos, con respuestas rápidas, concretas, o que se extiendan el menor tiempo posible. ¿Es usted partidarios de abolir, reformar la…? Las respuestas, créanme, tardan en olvidarse. Por supuesto, se puede concluir con el habitual último minuto a modo de recordatorio y despedida. Hasta la próxima elección.