El verano ha querido que coincidan un libro y un referéndum. El libro vino recomendado por los senderos de la amistad. El referéndum llegó en una maraña de noticias.

El libro, Las canciones de los árboles, de David George Haskell, arranca en la Reserva Yasuní, en la Amazonía ecuatoriana, que describe como el centro neurálgico de la biodiversidad, el cenit de la vida incubada en el calor y la lluvia. Allí, los pueblos amazónicos sienten y proclaman desde hace generaciones que el bosque es uno, e incluye a todas sus criaturas, sueños y espíritus. 

El referéndum se celebró el pasado domingo, eclipsado por las presidenciales, precisamente en Ecuador. Se ofrecía a la población decidir si se continuaba la explotación petrolífera en el entorno de la Reserva Yasuní o si ésta se detenía y se dejaba el petróleo bajo la selva. Y un país del sur global, con su desigualdad y sus necesidades, decidió dejar allí unos 726 millones de barriles de petróleo, una quinta parte de sus reservas. Mientras aquí nos aferramos a nuestra movilidad, allí cuidan su quietud.

Dejando ese petróleo bajo tierra, aquella gente evita verter a la atmósfera millones de toneladas de gases de efecto invernadero. Un beneficio para todas las especies. Mitigación de la de verdad. Así pues, si un coche eléctrico es ecológico (así lo pregonan grandes vallas publicitarias), si por lo tanto cada coche eléctrico merece subvenciones y privilegios, ¿qué merece aquella decisión, aquella gente, aquella tierra? 

Escribo esto desde el pabellón de Oncología, miro la bolsa de quimioterapia de mi amigo y, por curiosidad, busco en internet el principio activo: irinotecan. Proviene de un árbol. Tenemos el bosque en las venas. En el oxígeno y en la sanación. Gratitud. Ejemplo. Acción. Tenemos mucho que aprender. Mucho que hacer o dejar de hacer. Manos a la obra.