El ser humano se ha movido y mucho desde tiempos inmemoriales. Nunca ha dejado de migrar hacia otros territorios, hacia lugares donde encontrar más o mejores recursos para su subsistencia. Y lo va a seguir haciendo mientras carezca de lo más esencial y su supervivencia se vea amenazada.

El control por la seguridad y vigilancia de las fronteras es competencia de cada Estado, que es el que determina, en base a tratados internacionales y a su propia legislación, lo que se permite o no respecto a la entrada de inmigrantes en su país.

A pesar de los tratados y leyes internacionales relativos al tratamiento y comportamientos frente a estas situaciones, el ser humano, en su afán por conseguir sobrevivir en territorios más prósperos, se topan con el rechazo burocrático y muchos son devueltos a su país de origen. Esto tiene los días contados respecto de los países de la Unión Europea.

El trato hacia los movimientos migratorios de personas que huyen de la miseria y de las guerras para buscar una forma de vida o subsistencia más favorable, es, por parte de determinados países, denigrante y contrario a los más elementales derechos del ser humano.

Regulemos de una vez por todas estas situaciones de total desamparo, creando y activando mecanismos sociales para que no permitamos, de ninguna de las maneras, cualquier tipo de exclusión humana proveniente de lugares donde vivir tiene un alto precio y donde soñar es una utopía.

Como dijera Jorge Drexler: “Somos una especie en viaje; no tenemos pertenencias, sino equipaje”.