Mujer cristiana es equiparable a sumisión, esclavitud, infantilismo, represión, subordinación, natalismo, alienación, integrismo, servilismo sexual o beneficencia. No se asocia a libertad, feminismo, autodeterminación, independencia, autonomía, poliamor, libre albedrío, sexo libre, subversión, revolución, inconformismo o resurrección. Sin embargo, estos últimos están más próximos a Jesús. No sé qué hará falta para el despertar de las mujeres cristianas pues aun los intentos más audaces quedan a años luz de los logros y ambiciones de cualquier mujer contemporánea. 

Los bosquejos del Sínodo en Roma y Navarra resultan extemporáneos e insultantes. Paradigmas distintos. Es otro el kairós. No valdrán componendas, maquillajes o aggiornamentos. La estructura eclesial cercena el ser mujer, ataca nuestra identidad y nos desposee de nosotras mismas. La ordenación sacerdotal de mujeres, la incorporación de mujeres a puestos de poder (no de decisión) y la teología feminista (constreñida totalmente por presupuestos y andamiajes intelectualmente machistas) constituyen una rémora y un atraso en la emancipación femenina porque supone adherirse al mundo machista y misógino de una institución intrínsecamente aliada al capitalismo que la sustenta, en las antípodas del movimiento liberador femenino emprendido por Jesús.

Ser cristiano es una actitud, no es una religión. Sacerdocio, templo, jerarquía, ritos, teología, cánones, ensamblan un corpus mortalmente combatido por Jesús. No podemos participar de ello. El acceso a la realidad, nuestra corporalidad, sexualidad, mundo afectivo, sentido de justicia, concepto del dinero y espiritualidad son ajenas a la religión machirula. Cristianas sin religión ni institución. Libres. Combativas. Sororidad plena con una periodista patria: “Prefiero la paz laica de las ventanas abiertas que la paz de los confesionarios”. Mil veces.