No molesta la música machacona hasta altas horas de la madrugada, ni las máquinas limpiadoras, ni los aullidos de los perros, ni personas ebrias que no ven la hora de irse a dormir vociferando improperios. No molestan las broncas, ni las peleas, ambulancias incluidas por presencia de malos tratos. Tampoco molestan los pitidos de coches, el tráfico, las maniobras bélicas de las Bardenas o aviones que atraviesan la barrera del sonido.

Molesta el llanto de un bebé.

Cierto es que puede ser tortuoso escuchar durante horas, durante largas noches a un bebé desconsolado que no tiene otro medio de expresión que gritar con todas sus fuerzas. Las que estamos en primera fila sabemos lo agotador que es.

Esta reflexión viene porque hace unas noches se plantaron en torno a las tres de la madrugada bajo mi casa tres agentes de Policía buscando el por qué de semejante escandalera. Sí, señores y señora. Mi bebé de 18 meses llora y grita. Y no sé si es porque le duele algo, si quiere barra libre de teta toda la noche o si el calor le impide dormir. Cuando llevas noches sin conciliar el sueño, la línea de la paciencia merma. Pasas del “mi vida, yo te acuno y te curo todos los males” a no saber qué hacer. Nada funciona y te tiras de los pelos, literalmente hablando. Para colmo, alguna llamada ha alarmado a los agentes de seguridad. Se me ponen los pelos de punta solo de pensar que algún alma desalmada pueda vislumbrar un abandono o un maltrato a mi criatura.

Entre estupefacta, dolorida y torpe contesto a los agentes. ¡Dios! ¡Qué ganas de llorar! La noche estaba siendo difícil, pero gracias a esa llamada sin alma, ha hecho que todos mis cimientos se derrumben. Me cuestiono como madre y ahora que mi niño duerme yo no puedo. Estoy herida.

Madre soltera por elección me desahogo con la tribu de mujeres que, como yo, han elegido la maternidad en solitario con la intensidad que ello conlleva. Luchamos contra viento y marea para que nuestras hijas e hijos tengan los mismos derechos que los demás (si alguien duda no los tienen), trabajamos duro para mantenernos a flote con un salario y mismos gastos fijos que cualquier otra familia y cuidamos con piel de hierro y seda las 24 horas. Sin tiempo para el gym, el spa o el soffing. Pero, sobre todo, nos apoyamos entre nosotras. Con la cara todavía húmeda, me hacen desechar la idea de mala madre. La perfección no existe y soy plenamente consciente que podría hacerlo mejor. Si alguien tiene la poción mágica que me pase la receta.

Últimamente, a muchos se les llena la boca hablando de corresponsabilidad social y maternidad respetuosa y a la hora de verdad, molesta el pecho descubierto que da de mamar y molesta el llanto de un bebé. Los cuidados son el eje de la sociedad y, sin embargo, se invisibilizan y la conciencia sobre ellos desaparece. Producción frente a la única sostenibilidad posible de vida.

Qué lejos estamos de entender que los niños y niñas forman parte de la sociedad, que no nos tenemos que disculpar constantemente si están impertinentes o no dan besitos cuando se les pide. Las películas de algodón de azúcar y bebés-muñecos tienen un sabor rancio. Carcoma y naftalina de la cueva de Platón.

Mientras las tasas de nacimiento descienden, el modelo monoparental, en su mayoría encabezado por mujeres, aumenta. Vamos a contracorriente. Lo sabemos y aún con todo, nos tiramos sin salvavidas. Nuestros brazos saben remar y una fuerza mayor, que no es otra que el amor, nos permite hasta observar el paisaje.

Si voces desalmadas, que no miran más allá de sus ombligos, sacuden mis cimientos en horas bajas, tiemblo y me resquebrajo. Pero solo hasta que el peque abre sus ojos y hace que la luz invada todo.

*La autora es delegada en Navarra de la Asociación de Madres Solteras por Elección