Los adolescentes se enfrentan a decisiones cruciales que pueden definir su futuro. Una de las más importantes es qué camino tomar tras finalizar el bachillerato. Sin embargo, esta decisión, que debería centrarse en sus intereses y pasiones, a menudo se ve influenciada, o incluso dictada, por las expectativas de los adultos a su alrededor.
Es común que, ante la presión de la selectividad, muchos padres proyecten en sus hijos sueños propios o aspiraciones que no necesariamente coinciden con los deseos del estudiante. Frases como “deberías estudiar algo con salida” o “esto te garantizará un buen futuro” son comunes, pero rara vez van acompañadas de un verdadero entendimiento de lo que quiere el joven.
Además, la idea de que la universidad es la única opción válida refuerza un modelo rígido que ignora la diversidad de talentos y vocaciones. Insistir en un camino único limita las oportunidades de desarrollo personal y profesional. Los padres deberían apoyar sin imponer, escuchar, dialogar y respetar las inquietudes de sus hijos para que puedan construir un futuro alineado con sus sueños. Porque, al final, quienes vivirán con esas decisiones serán ellos, no los adultos que las influenciaron.