Como voluntario he aprendido algo fundamental: la solidaridad es necesaria para nuestra felicidad. En una sociedad tan exigente y egoísta, es necesario tener espacios de solidaridad para no perder nuestra identidad y no dejarnos llevar por valores materialistas e individualistas. Para no perder de vista que no todo se hace por dinero y que lo más importante se recibe sin dar nada a cambio. Pero ¡cuidado!, el voluntariado no es un túnel de lavado. Es un proceso de vida solidario. Es un momento privilegiado de encuentro con el otro.

No voy a salvar a los demás ni a solucionar sus vidas sino que he descubierto, gracias a todo el mundo que se ha portado bien conmigo, que sacando lo mejor de mí mismo, soy feliz. Es algo que todos hemos experimentado. Cuando nos acercamos a alguien con lo peor de nosotros, por ejemplo, odio o resentimiento, obtenemos del otro resentimiento y lejanía. Si nos acercamos con lo mejor de nosotros mismos, como ocurre en las experiencias de voluntariado, obtenemos lo mejor de los otros, nos enriquecemos con el tesoro oculto en su interior.