Cuando contemplo lo que está sucediendo en Gaza, siento tal cúmulo de emociones -asco, indignación, estupor, etcétera- que me resulta muy difícil decir algo que no sea manifestar la rabia incontenible ante tal masacre y ante la impunidad en la que sucede.

Algo que también me pregunto es cómo pueden hacer todo esto, cómo no ven el dolor que producen, cómo se pueden sentir ante todo ello. Entonces recuerdo una especie de sentencia que siempre he tenido presente: ninguna persona, por muy malvada que sea, deja de justificar sus propios actos. Nadie se va a la cama diciendo “qué mala persona soy”. Esas justificaciones pueden ser individuales, pero es mucho más probable que sean compartidas, por no decir sociales. Hay muchos ejemplos: “son causantes de nuestros problemas”, “tenemos derecho a defendernos”, “son terroristas y se esconden junto a civiles”, “quieren que desaparezcamos”, “el mundo será mejor sin su existencia”, “no son seres humanos”, “en defensa de mi patria”, “solo obedezco órdenes”, “defiendo mi fe”, etcétera. Pero no me cabe ninguna duda de que es imposible que, ante semejante horrores, puedan seguir realizando estos actos si previamente no se han construido un relato que los justifique y ampare. Es imposible que vean esos cuerpos destrozados de niños y niñas, sus gestos de pánico, sus caras hambrientas, la desesperación de sus madres, sus casas totalmente destruidas... con los mismos ojos horrorizados con que una inmensa mayoría vemos todo esto desde aquí. 

Por eso me atrevo a decir que las palabras, los relatos, son el arma más peligrosa del mundo, ya que permite que entren en juego las armas de verdad y se despliegue la maldad humana. Por eso es importante defender que eso es un genocidio, rebatir esos relatos exculpatorios. Hemos de tener plena conciencia de que las palabras no son inocuas, sino los antecedentes de los horrores de verdad, el preludio de tragedias a veces descomunales. Al menos en ese sentido, deberíamos dar la batalla.

Más cerca -y salvando las enormes distancias, por suerte para nosotros- no puedo dejar de pensar en las palabras insoportables y los relatos perversos que presiden la vida política actual y que deslegitiman a personas e instituciones. Estas tampoco son inocuas, y pueden ser la antesala de acciones y realidades finalmente terribles.

En resumen, me atrevo a decir que las palabras y relatos son las armas más mortíferas que existen y deberíamos tenerlo muy en cuenta y cuidarlas en la medida que nos sea posible, tanto en lo que nos permitimos decir como en lo que aceptamos escuchar. Sigamos apoyando a Gaza.