El domingo 17 de julio este mismo medio publicaba un artículo firmado por Carlos C. Borra sobre la entrega al PNV del palacete que el Instituto Cervantes había ocupado hasta hace poco tiempo en el número 11 de la Avenue Marceau de París. Con la Guerra Civil recién iniciada, en 1937 el Gobierno provisional del País Vasco emigró a París y se instaló en el mencionado inmueble. Tres años más tarde, una vez ocupada Francia en 1940, los alemanes desalojaron a la delegación vasca y entregaron la propiedad al régimen franquista. Tras la liberación de la capital francesa en 1944, volvió a manos del Gobierno Vasco, que lo utilizó como sede hasta 1951. Ese año, tras una larga disputa judicial, el Tribunal del Sena otorgó la propiedad de la finca al Estado español. No es cuestión de posicionarse si está justificada o no su donación al PNV, es un tema opinable para que resuelvan historiadores alejados de una u otra ideología. Pero lo que no es opinable, lo que es una tergiversación absoluta y, también probablemente intencionada, de la historia, es la afirmación del señor Borra de que en 1951 el edificio sede del Gobierno Vasco en el exilio “fue desalojado por la fuerza por la Gestapo”. La Gestapo (Geheime Staatspolizei, policía secreta del Estado) fue fundada el 26 de abril de 1933 y disuelta por decreto del general Dwight Eisenhower el 7 de mayo de 1945. Es la misma fecha en la que Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor del Alto Mando de las Fuerzas Armadas, firmó la rendición incondicional de Alemania poniendo fin la Segunda Guerra Mundial en Europa. También existió una Gestapo francesa, la Carlingue, que igualmente se dedicaba a acabar con todos aquellos que eran considerados un peligro para el Gobierno, pero dejó de existir en 1944. Símbolo de la brutalidad nazi, durante los juicios de Nuremberg (1945/46), la Gestapo fue considerada una organización criminal y prohibida para siempre. Así que no, la Gestapo no tuvo nada que ver en la incautación en 1951 de la sede del Gobierno Vasco en París, simplemente porque hacía seis años que ya no existía.
El señor Carlos C. Borra lo sabe de sobra, o debería saberlo para no escribir falseando lo que son unos hechos históricos objetivos.