La ocurrencia tiene a estas alturas poco de original porque somos muchos los que vemos a Baltasar Garzón como un trofeo de caza mayor colgado en la pared de un club de honorables ciudadanos por encima de toda sospecha, donde estos, satisfechos, se toman un copazo y se fuman un habano (porque las leyes que a todos obligan van con ellos según y cómo). Salieron de montería con toda su parafernalia y cobraron pieza de mérito. Y ahí la cuelgan, en su club, en su eterna gran peña o en su no menos eterno cortijo. Son los mismos monteros que, cuando salen a perdices, dicen con inimitable gracejo cordobés: "¡Vamos a matar uno rojo!".
Quienes creen en el Estado de Derecho, cuando les conviene, dicen que este ha triunfado con esta sentencia. Eso a estas alturas ya no se lo cree nadie. El ciudadano asiste a demasiadas actuaciones judiciales espectaculares que le parecen poco claras y que dejan su igualdad ante la ley en algo ridículo, seriamente dudoso para quien es un don nadie y carece de verdaderos medios que le aseguren una defensa de calidad.
Lo acaba de decir de forma temible la portavoz del Consejo General del Poder Judicial: "No todos los imputados son iguales". Se refería, claro está, a Urdangarin, pero, caramba, más claro imposible. Nos tienen acostumbrados a los enunciados crípticos (las famosas sentencias redactadas con la debida confusión) pero esta vez han hablado claro, en el idioma que todo el mundo entiende y usa. Solo que hace tiempo que sabemos que no todos los imputados son iguales. Por ejemplo, el juez Garzón. Por ejemplo, Camps y los suyos, el famoso Bigotes que ahora mismo no recuerdo si era o no el "amiguito del alma", y hasta sus abogados si me apuran, sobre todo estos.
La de Garzón es una condena que deja demasiados interrogantes en el aire como para que estos no sirvan de fundamento a la sospecha de que el juez ha sido víctima de una doble persecución: corporativa y política. Sin contar con que siendo varias las personas con cargos relevantes que intervinieron en las escuchas -fiscales y policías-, sorprende que solo se haya procesado al juez Garzón, como si su procesamiento lo hubiese sido con plena intención de condena. Es difícil no pensar en que iban a por él y solo a por él. Se ha hablado demasiado de enemistades personales como para no ser tenidas en cuenta. Los rasgados de vestiduras de la magistratura están bien en sus locales, pero el ciudadano tiene todo el derecho a pensar que en este asunto hay algo más que gato encerrado. Será tosco, pero es real. Llueve sobre mojado y es posible que siga lloviendo.
Digamos que se ha podido producir una instrucción a la medida del encausado, buscando no el esclarecimiento de los hechos, sino su condena efectiva y en consecuencia el apartamiento del juez Garzón de las salas de audiencia como magistrado y su desactivación pública en unas actuaciones que siempre han tenido ribetes políticos. Se acabaron los sumarios y juicios espectáculo, y el juez estrella. Lo de menos parece ser el fondo de la cuestión, ese que hace posible decir que la mafia de los corruptos está de enhorabuena. Sería mejor no olvidar que detrás de esta sentencia está el caso Gürtel, que implica al partido en el Gobierno.
Hace bien el juez Garzón en recurrir a instancias superiores. Lo peor que puede pasar ahora es que este asunto vaya cayendo en el olvido, por el paso de los días o bajo la prepotente losa de la magistratura. El ruido mediático, la solidez argumentativa de un discurso defensivo que es judicial a origen y se convierte de inmediato en político, es ahora más necesario que nunca. Es un asunto político.
Hasta ahora pocas veces se puso en duda la actuación del juez Garzón; fuera de los perjudicados por sus decisiones judiciales se entiende. Prefiero pensar en que el apoyo social que se le presta ahora no es por completo partidista y salta por encima de las trincheras y los bandos. No sabemos si todas las decisiones del juez Garzón han sido acertadas, pero ha habido actuaciones que no han gustado, eso está fuera de toda duda. Hay quien echa en falta, por ejemplo, que no prestara atención a las denuncias que se le hicieron por torturas, por no hablar del cierre cautelar y ruinoso en la práctica del diario Egin, sin que se siguiera una sentencia condenatoria.
El juez ha podido cometer excesos en la instrucción de determinadas causas relacionadas con el terrorismo de ETA, pero esas decisiones excesivas fueron plenamente compartidas por una ciudadanía que de manera suicida dijo: "¡Que se jodan!". Para esos ciudadanos, Garzón era su juez estrella, su adelantado, y todo lo que hiciera en la cruzada contra ETA y su famoso entorno estaba bien hecho. No cometeré la mezquindad (por decir algo fino) de decir "ahora que se joda el juez". Estimo que por encima de estas cuestiones hay algo que resulta defendible, haya cometido o dejado de cometer el juez excesos, o lo que a nuestro juicio resultan. El hecho mismo de que el enemigo ahora no es el juez Garzón, sino el sistema judicial y político que le ha pasado por encima una primera vez y corre peligro de que le pase una segunda en el bochornoso juicio que se le sigue por su decisión de abrir un sumario poco menos que sobre el franquismo en el que al final se han escuchado los testimonios de las víctimas. Se trata de asuntos de estricta justicia y de elementales principios políticos.
La sentencia de ahora mismo, basada en las escuchas sobre unos asuntos graves de corrupción, permite sostener que el sistema judicial tiene resquicios y gateras que en la práctica amparan la delincuencia de altos vuelos. Resulta grotesco que el delincuente de calidad, el que jamás es igual a nadie ante la ley, se ampare en el sistema legal que quebranta para eludir la acción de la justicia. No sé si el derecho a la defensa es absoluto. Ignoro dónde están y cómo operan las garantías judiciales y procesales, y si lo que vale en unas ocasiones, no vale en otras. Tenemos la tentación de decir que en la burla y el fraude de ley no todo vale, y que no hay otra regla que la de la ventaja inmediata... Pero igual sí, ya quién sabe.