los Carnavales en Bolivia son una gran cosa, ya sean en Oruro, donde han sido declarados patrimonio de la humanidad o cosa parecida, en la ordenada Sucre o en la cataclismática ciudad de La Paz. Son tumultuarios, callejeros, estruendosos, inacabables, llenos de color, de música, de humos, de furia y de una alegría desbordante y, claro está, agresiva para quien no la siente ni participa de ella. Carnavales.
En La Paz salen a la calle unos arlequines de más que dudoso origen español, y la gente se arroja porquerías, harina, cemento, agua, mucha, en globitos que vuelan de un lado para otro con intención carnavalesca, como si la que cae del cielo no fuera suficiente. La Policía intenta impedirlo y las calles acaban hechas un muladar. Y todos felices, con o sin máscaras y disfraces que, con tanta agua, acaban descangallados, como las buenas máscaras, las destrozonas que pintó Gutiérrez-Solana. El corso, esto es, el desfile de grupos y danzantes es otra cosa, al menos mientras dura. Pero es un jolgorio de música, bombos, tubas atronadoras, trompetas, petardos y cohetes. Cuatro días, cuatro largos días bajo las nubes, a su alcance, que empezaron el viernes con la challa de confetis, serpentinas, pétalos de flores y alcohol, Guabira o vino de indios, que no se bebe, pero apesta, en las dependencias oficiales y oficinas gubernamentales, para pedir el favor de la Pachamama, y en las casas particulares, y en donde sea. Challas, trago, acullico feroz. También echan pedazos de melocotón al techo en las viviendas, pero eso es otro día para conjurar la suerte. La suerte hay que conjurarla, atraerla, cautivarla, hay que hacer regresar el alma cuando se ha perdido o se ha ido por ahí, de parranda, a lo oscuro. Lo importante es el bombo, las tubas y los petardos. Y los ríos de cerveza. A mí me gusta esta fiesta callejera (como me gustan todas) y no me rasgo las vestiduras, aunque ponga atención para que no me partan la cara o la cabeza con algún globito de agua... helada. Me calo mi máscara, me disfrazo de riada y me mojo como todo el mundo.
Y junto a los grotescos y ambiguos Pepinos (porque su rostro lo mismo induce a la simpatía que a la inquietud), los cusillos, más descangallados si cabe, hechos de harapos, bufones estrepitosos que, me dicen, hunden sus raíces en el mundo prehispánico. Burlas y danzas contra el poderoso, el ocupante, el preminente, el tartufo que predica una cosa y practica otra, ya sea religión o ética, o legalidad vigente. Nunca han sido tan necesarios los Carnavales contra las carnavaladas de los poderosos y sus corifeos.
Pero para carnavalada siniestra la que viví el otro día en la Casa de España y Centro Cultural Español de La Paz, reservado desde ahora mismo a los invitados idóneos y a los políticamente correctos, que tengan idoneidad política y social a juicio de los representantes gubernamentales, con independencia de los logros o la valía personal. Pregunté por la programación, habida cuenta de que la zahúrda había sido publicitada hacía unos días a bombo y platillo por el embajador, y me contestaron:
-"Estamos censurados".
-"¡¿Cómo dice... censurados?!", pregunté asombrado.
-"Sí, que tenemos prohibido dar información", y me invitaron a marcharme.
Al edificio le han quitado el escudo fascista que tenía hasta hace menos de dos años (estando vigente la Ley de Memoria Histórica), pero me temo que en su interior sigue reinando la misma arbitrariedad y mala fe que podía reinar en tiempos algo más autoritarios, de la mano de unos sinquehacer pagados con dinero público, mientras son miles y miles los que se quedan sin trabajo, sin empleo. España. La crisis no va con ellos porque pertenecen a otra casta, a otro mundo.
Mal asunto cuando en un centro oficial, pagado con dinero público, dedicado a la difusión y promoción de la cultura y la cultureta se nos dice que está prohibido dar información. Han sido décadas de lucha para conseguir libertad de información, de expresión y ausencia de censuras, y esa censura no es de recibo, a no ser que con ese gesto de mala crianza se quisiera encubrir que no había programación de ninguna clase. España.
Carnavalada la de la enamorada de España, hispanista consumada, que me colocaba Navarra en Castilla la Vieja. Igual la geografía no era su fuerte, pero por lo que se refiere al conejeo del Boletín Oficial, a los alcorces administrativos, a las becas, ayudas y encargos oficiales, no había quien le discutiera nada, una campeona, se las sabía todas. Así cualquiera se hace enamorado de España. Aquí hay bastantes de esos enamorados, como los que te encuentras que disfrutan del hecho de haber sido educados en el desprecio de lo español que, remontándose a la colonia dura hasta ahora, pero pierden el culo por ir a todos y cada uno de los saraos, jaripeos, cócteles y almuerzos de la embajada, tal vez porque el desprecio les alcanza a ellos mismos al ser, claramente, de origen español. Violenta esquizofrénica la de esta gente. Patrias, nacionalidades, identidades para las que se necesita un enemigo, cuanto más cómodo mejor.
"Enamorados de España"... Les hablas de la crisis económica, del recorte brutal en las prestaciones sociales, de la falta de trabajo y del cierre de empresas y negocios, del despido casi libre y gratuito (como en tiempos la interrupción del embarazo) y el asunto no va con ellos, pese a que por lo visto son ya miles los inmigrantes que regresan, según afirma el propio embajador. A ellos les va la alta cultura y la parte que les toque del beneficio general de las remesas y del sistema de ayudas oficiales, no las necesidades y los apuros vitales de ese amplio sector social de los trabajadores con cuyos impuestos se pagan los beneficios que ellos perciben aquí en forma de dádivas personales. Casi prefiero no toparme con esos amigos.
Así que en Carnavales andamos, entre bufonescos, destrozones y harapientos cousillos, pensando no en Miércoles de ceniza, sino en meses de plomo, y quitándonos no el sombrero, sino el cráneo, por todos esos que vienen detrás, los más jóvenes y más empujan, los que menos necesitan de negruras, cenizas y plomos y, sobre todo, de amargas bufonadas de viejos agriados.