Hace unos días leí, sin mucha sorpresa la verdad, la noticia de que el Ayuntamiento de Valladolid se proponía multar con 1.500 euros a los mendigos callejeros. No me extrañó porque no seremos pocos los que nos preguntamos por qué esa gente excluida o en serias vías de serlo, no ha empezado a salir a la calle. Si eso cundiera, el paisaje podría ser insoportable. Son cada vez más numerosos los casos de gente que tiene la calle por domicilio fijo y por fuente de ingresos, mientras las frases de la propaganda oficial conminan más que invitan a apretarse el cinturón y a ser creativo, emprendedor, que es algo que no va con ellos. Creativa y emprendedora sería una salida masiva a la calle a pedir y a incordiar. Una salida a la calle permanente que haga ver cuál es el estado real de quien no tiene trabajo o vive en precario, y cuáles son las consecuencias reales de la crisis y de la abusiva reforma laboral de un gobierno mendaz y autoritario. Hace unos cuantos meses también se lo preguntaba un alto funcionario del Banco Central Europeo: le llamaba la atención que la situación social y económica no hubiese provocado desórdenes sociales. Sí, la verdad es que empieza a ser un misterio.
Las cifras de una población que vive en el margen de la pobreza o por debajo de él aumentan sin cesar. Eso solo es demagogia si lo dices y solo eres apocalíptico si no lo escribes en las páginas de El País y similares. Pero las cifras las publica Cáritas de cuando en cuando. El gobierno, los gobiernos, dan otras, las que les conviene, cuando las dan. Eso sí, mientras solo sean cifras, bien, todo está controlado, porque se leen por encima, con alivio (cuando no te ves incluido en ellas), no crean alarma social, pero en cuanto esas cifras se materialicen callejeras, sin acordeones ni mutilaciones, entonces leyes de policía, multas, arrestos, antecedentes, empellones reglamentarios y el viejo cartel de: "En este pueblo se prohíbe la mendicidad". La calle es suya, por abandono, nunca ha dejado de ser suya. Reocupar la calle. La calle es un arma cargada de futuro... Vuelve el fondo de los versos de Gabriel Celaya.
El mendigo es un apestado que molesta a la vista, porque como dijo la alcaldesa de Madrid, o una con mando en plaza, qué más da: "Afea las calles". Y las calles tienen que ser bonitas. Lo que haya debajo de ellas es otra cosa y no cuenta a la hora del despilfarro suntuario y de la política como un pasteleo de amiguetes, del que Navarra es un buen ejemplo.
Suena a sarcasmo cruel el multar con 1.500 euros a quien pide en la calle una ayuda para subsistir porque con seguridad si tuviera esos 1.500 euros no pediría. El sentido disuasorio de esa multa es nulo, porque nada le va a impedir a quien nada tiene, el pedir, en la calle o en donde sea. Lo que es un misterio es qué van a hacer con los multados que es obvio que no pueden pagar el multazo, muy superior al de otras conductas antisociales que ni se persiguen ni denuncian. Con los mendigos lo tienen fácil. Laceros. A parado.Y si se les va la mano en el super, el matón bien alimentado golpea. ¿Cárceles para mendigos? ¿Granjas de readaptación? ¿Vuelve La Gandula, las viejas leyes de peligrosidad social y vagos y maleantes?
Lo que está claro es que el excluido social va a pagar por serlo. Suya es la culpa de haber llegado al estado en que se encuentra. Mejor haría en morirse, no vaya, encima, a hacer gasto en los hospitales.
Quien multa o idea imponer esas multas sabe que los servicios sociales no llegan a cubrir las necesidades de la población más desfavorecida y sabe que la exclusión cunde, y no se le ocurre mejor solución que la violencia institucional, la prohibición, la zancadilla.
En otro orden de cosas, que en realidad es el mismo, es difícil de creer, y suena a burla cruel, que la reforma laboral vaya a evitar tres millones de despidos. Lo que está por ver es cuántos millones de puestos de trabajo es capaz de crear este Gobierno del Partido Popular, "El partido de los trabajadores", según dice la Cospedal. Hace falta ser cínico o desvergonzado para sostener semejante cosa. Pero está visto que el atrevimiento y el desvaro sostienen el discurso del poderoso que no tiene que dar cuenta de lo que dice. Esos trescientos mil puestos de trabajo son filfa. Habrá que recordárselo en unos meses. No se entiende cómo el presidente anuncia nuevos despidos y la otra puestos de trabajo. El Partido Popular ahora en el gobierno es más que nunca el partido de la patronal. Su reforma laboral es la mejor prueba de ello. Un gobierno de clase y casta, que es lo que cunde, el auténtico modelo político del futuro. Y siempre tendrán al Partido Socialista como chivo expiatorio de un fracaso económico que arranca del aznarato guerrero y ladrilloso, época dorada de la gran banca que maneja el país a su antojo, cosa que se olvida con demasiada facilidad.
El otro día, zapeando di con una película en la que un cínico decía, o así estaba doblado latinoamericanamente: "Si las elecciones sirvieran para algo, estarían prohibidas". Claro que esto siempre lo dice quien las pierde, o quien no las gana, que igual es lo mismo e igual no. De la misma manera que cree en el sistema, como si de la verdad revelada se tratara, quien se beneficia de él, y lo aborrece quien se encuentra fuera o en la brega afanosa por no naufragar del todo. ¿Cómo no van a creer en el sistema los gorrones a los que el partido en el gobierno les facilita cargos de trastiendas y asesorías provistas con dietas jugosas por no hacer nada de nada, puro parasitismo social? Estos y quienes les pagan son la avanzadilla de la democracia y sus libertades y derechos (el de no dar cuenta de sus abusos jamás el primero de ellos), sus más firmes defensores, son los que imponen multas a los mendigos y campanillas de leprosos a los réprobos sin los que no podrían ejercer de paladines de las libertades públicas y privadas. Al menos las suyas las defienden a porrazos y a multazos.