Extraños gobernantes los nuestros que cuando dicen que no van a hacer algo, lo hacen, que cuando publican datos puedes estar seguro de que son falsos o se contradicen con los que darán mañana; que cuando afirman que nos van a dar "un rosario de buenas noticias" (la gigantilla que gobierna Navarra), puedes estar seguro de que mañana nos echaremos a temblar o tendremos motivos sobrados para quejarnos y vivir atemorizados por un futuro inmediato más incierto que nunca.

Está claro: nos menosprecian, abusan de la buena fe ciudadana (o de lo que vaya quedando de esta), se burlan de nuestras quejas. Mienten por principio o no saben lo que dicen, como si el suyo fuera un concierto de tontilocos. Dan palos y no todos ni mucho menos son de ciego. Nuestros gobernantes, los de cerca y los de más lejos: unos perlas, gente peligrosa que necesitaría una Gandula para ellos solos. Nunca ha habido más motivos para echarlos a patadas y nunca han contado con más apoyo de las urnas. Es la misteriosa tendencia que marca los días.

No es de recibo que oculten la realidad de las cosas a las que ellos, con sus sueldos, dietas y beneficios son por completo ajenos, por completo, digan lo que digan. Pase lo que pase, la elite política está a salvo de cualquier contingencia social, y quienes han conseguido hacerse un hueco de por vida a la sombra del poder político, callan, cuando no aplauden las burlas de sus amos. Esto es del dominio público aunque no se hable de ello porque parece ser de mal gusto, mera demagogia.

Es imposible saber cuántos puestos de trabajo están en peligro, pero lo cierto es que digan lo que digan, los puestos peligran, como al trabajador por cuenta propia le peligran los encargos de los que vive. Y no lo digas, no lo comentes porque eres apocalíptico, te lo dirá sobre todo quien tiene la vida asegurada y desde esa posición habla y no se le ocurre ni remotamente ponerse en el pellejo de aquel que vive en la cuerda floja, no vaya a ser que el hábito siquiera mental haga al monje y pierda lo que tiene.

Y por si lo anterior fuera poco, con un 25% de población activa en paro, cifras nunca vistas, todavía tienen el cuajo de responsabilizar de ese hecho ineludible a los propios parados por no ser suficientemente emprendedores y ambiciosos, en el buen sentido. Y es que oyendo al cardenal Rouco Varela se saca la conclusión de que hay ambición buena y la hay mala. La mala es en toda obviedad la de los perdedores, la ambición buena la de los gobernantes que parecen caracterizarse por su desprendimiento y los que crecen a su sombra. La Iglesia con sus masivas inscripciones registrales no tiene ambición.

Inauditas palabras las del prelado; inauditas palabras estos días las de todos los prelados que no se ponen de acuerdo ni en lo que han dicho, ni en lo que dicen ni en lo que dirán acerca de la homosexualidad vista como una enfermedad. Dicen, no sé si he leído bien, que no están en contra... no habré leído bien. Tendencias: antes sucesos, luego sociedad, ahora tendencias.

Y más tendencias: negarse a pagar la cuenta de un restaurante es desobediencia y resistencia a la autoridad y no abuso clamoroso de esta.

Tendencia sorpresiva la de los jueces de instrucción de la Audiencia Nacional que sostienen que la dispersión de presos condenados por pertenencia a ETA o delitos de terrorismo ya no tiene sentido y que habría que equipararlos a los presos comunes. Ah, o sea que no lo estaban, pues políticos no eran, se repitió hasta la saciedad. Entonces, ¿qué eran, qué son? ¿En qué medida se han retorcido las leyes para aplicarles un plus de condena no previsto en las propias leyes, pero si dejado a la recta arbitrariedad de la magistratura mano a mano con el Ejecutivo?

Tendencia es el Estado policíaco que día a día se va conformando, de la detención por desobediencia y resistencia a la autoridad, de quien se niega a pagar su cuenta en un restaurante -asunto que es claramente judicial y no gubernativo- a la masiva denuncia de los manifestantes espontáneos de la Puerta del Sol, en Madrid. Se acabó la espontaneidad: la calle es suya, el orden también.

Tendencia la de los militares que aprovechan el 75 aniversario del bombardeo de Guernica para celebrar unas maniobras en los escenarios de la guerra y, entre carcajadas supongo, dicen que es una mera coincidencia o no dicen nada, por qué tienen que decir nada. El ministro de Defensa, eficaz representante en el Gobierno de la casta aristocrática y financiera de Neguri (como el de Agricultura lo es de los terratenientes, ganaderos y vinateros andaluces, pero dudo mucho que lo sea de los braceros), algo sabrá del asunto, y sí nada sabe, da exactamente igual porque diga lo que diga será altiva farfolla sostenida por una mayoría parlamentaria que no hay abuso que no permita. Escoger para unas maniobras militares los escenarios de unas cruentas batallas del llamado Frente del Norte, las de los Intxortas, es algo más que una mera coincidencia, una zafiedad o una metedura de pata que se justifica mal. Solo les ha faltado meter los moros de un tabor de regulares. Es una forma de señalar quien manda aquí y de sacar pecho de Machaquito y decir: "¡Qué pasa!"

Según el PP, protestar por ese hecho es una "maniobra torticera". Lo normal, lo cívico es tragar y aplaudir y pensar que esos movimientos de tropas son necesarios para la preparación de un Ejército que no ha ganado otras guerras que las que ha emprendido contra sus propios conciudadanos. Y mejor no hablar de su participación en guerras injustas de invasión o perdidas de antemano, como fue la de Irak y lo es la de Afganistán, donde no hay país que no se pregunté qué hacen allí sus tropas; todos menos España, lo que es de traca. Que en otros países se realicen labores humanitarias no quita para que ahora mismo sobre esa participación belicosa y lacayuna de intereses por completo ajenos. Las atenciones sociales deberían ser otras y no lo son, no van a serlo.

Y así entre quejas, miedos y chaparrones, de tendencias vamos tirando.