Trebizonda estaba lejos, estaba sobre todo en la imaginación de quienes jamás iban a moverse del sitio donde habían nacido. Trapizonda en cambio está aquí mismo, no hace falta viajar, ni siquiera imaginarla, con abrir los ojos, o mejor con abrir cada mañana el periódico y asomarse al estado de la salud nacional, basta. Y mientras Trebizonda era el escenario de los mitos y las fantasías de riqueza, algo misterioso, Trapizonda es el de la borrasca permanente, la mugre, los abusos y la desvergüenza nacional; asusta, mete miedo, y ese miedo genera una desconfianza social, una trama de sospechas y perjuicios cada día más espesa.

El periódico es ya nuestros ojos, aunque en ocasiones no sepamos si lo que dice es bueno o malo, porque no se entiende, no por el periódico, sino por el galimatías que gasta la portavoz gubernamental que cuenta las cosas a medias, o no las cuenta o dice lo contrario de lo que sucede, ha sucedido o va a suceder. Lo queramos o no somos súbditos de ese país de Trapizonda en el que, entre otras cosas, la igualdad ante la ley es una filfa, y del rey para abajo no hay quien, con mando en plaza, no esté bajo sospecha bastante bien fundamentada.

Los inmigrantes creyeron que Trapizonda era el país de Jauja, allí donde las gallinas ponían los huevos de oro uno detrás de otro, y no solo ellos. Fue un espejismo nacional hasta que hemos caído en la cuenta de que el oro era peor que el oro Fix, el que ofrecían en las ferias envuelto en montañas de serrín con un fondo gangoso de ¡Premio al caballero!

Va quedando lejos el tiempo en el que los héroes del Real Guiñol de Trapizonda eran Jaime de Mora y Aragón, Gunilla Von Bismarck, morena cancerígena, y aquel otro, cómo se llamaba, ah, sí, Alfonso Hohenlohe. Lejos. Ahora, estos días, Puerto Banús, con sus palmeras, luces de colores, decorados de Las Mil y Una Noches (en particular La cueva de Alí Babá) va unido a Dívar, el presidente del Tribunal Supremo que todavía no ha dimitido, tal vez porque estará buscando la ayuda de sus pares o porque también es posible que alguien declare que ha hecho santamente en pegarse unas semanas caribeñas en Marbella, que sigue siendo un escenario como para que ande por él Alfredo Landa en gayumbos de pantera o el último patán de la trampa inmobiliaria con su Bentley navarro. Golfos apandadores, mafias rusas, nobles tronados, putas, putos, jijelifes, árabes, moros, esnobazos, balandristas, inspectores Torrente, patriotas sin tacha, jesusgiles, tonadilleras, nuevos ricos de este país que descubre de pronto que es pobre..., y ahora el presidente del Tribunal Supremo, y otros, claro, y otros, no solo él, gastando en un día lo que otros ganamos en un mes sin semana caribeña que nos valga, porque cuando la hacemos es porque sencillamente no hay curro, porque quienes nos lo proporcionaban no han llegado, están reunidos, acaban de marcharse y "¿Quiere que le deje algún recado?". Puerto Banús, extraño lugar de peregrinación y devoción, la verdad.

Semanas caribeñas... Ahora nos enteramos de que ese nombre, habrá que concluir que irónico, es de uso corriente en los ambientes del Consejo General del Poder Judicial y la alta magistratura nacional, porque no debe de ser Dívar el único magistrado que de ellas disfruta. Para que sea una frase hecha tiene que ser algo corriente: trabajar tres días a la semana no para que el resto trabaje otro, sino para no hacerlo, y cobrar a fin de mes como si se hubiese trabajado la semana entera y hasta con horas extras.

A cuenta de las andanzas marbellíes de Dívar nos enteramos de que el CGPJ tenía previsto medio millón de euros para viajes, de los que no iba a dar cuenta a nadie, mientras el país está en la ruina y los parados crecen en la misma medida que lo hacen, por falta de medios, los asuntos pendientes en los juzgados. Navarra da la máxima en contencioso-administrativo. No hay presupuesto para mantener juzgados comarcales, pero sí para las semanas caribeñas de los togados. Es de traca. Y más de traca es que nadie se sienta obligado a explicar nada. Eso y no otra cosa es el país en el que ahora vivimos: trapisonda pura.

Está todo dicho y más que dicho, es casi maquineta, runrún de veleta oxidada, murga tardía, cencerrada impune y a cara descubierta. No hay cuidado. La semana que viene más, cuando no es la banca es la Policía, cuando no pillan a alguno saqueando las instituciones son los jueces haciendo política más que jurisprudencia, cuando no es este, es el otro... Hablan de fractura social y de descrédito de las instituciones. La primera se consumó hace mucho, casi en la oscuridad de los consejos de administración, de las cacerías, de los viajes, la segunda empieza a ser mayúscula.

En medio de este panorama de trapisonda que no cesa, a mí me gustaría saber qué sentido puede tener la palabra esperanza, habida cuenta de la mala prensa que tiene el pesimismo, la falta de confianza, sobre todo para quien está a cubierto. ¿Esperanza en qué? Hasta el mismo nuevo presidente (o lo que sea) de Bankia (otro que cobra sueldos y pagas multimillonarias de bancos que necesitan ser subvencionados) dice que por mucha ayuda que se les dé a los bancos no se va a recuperar el sistema crediticio, y sin este no hay manera de emprender gran cosa. ¿Esperanza pues en qué? En milagros porque de esta gente, además de los recortes sociales y de las medidas policiales abusivas, no se puede esperar gran cosa. A la vista está. La lucha contra el fraude se basa ahora en la amnistía fiscal y en "alentar la delación". Se ayuda con dinero público a bancos que no ayudan a quienes sufragan sus pufos. Los intentos de descargar a estos del stock colosal de viviendas e inmuebles que tienen en cartera dará en nada si no hay dinero para comprarlos: el sistema crediticio está ahogado, en estado agónico, y la dependencia de un sistema financiero internacional deja la soberanía nacional por los suelos.

Y los más desvergonzados (tipo la gigantilla valiente que gobierna Navarra) aun tienen el arrojo de pedir "menos conformismo y cambio de mentalidad". Está claro que la mentalidad y el tono vital de quien tiene dinero son muy distintos de los que gasta quien no lo tiene. "Necesitamos generar profesionales", dice la gigantilla, y añade que con valentía, cualificación e ideas. Palabras de madera, humo para engañar y culpar al perdedor de esta farra que está pagando de verdad la que se nos ha venido encima. Encima de abusados, cobardes, incapaces, inútiles. Es el colmo. Deberían coserse la boca a diente de perro.