"Ni voy a dimitir ni voy a dar explicaciones a la prensa", dice el Dívar. Sí, señor. To-re-ro. Marca tendencia. En realidad lo que hace el juez marbellí no es nada raro, nada que no se haga y nada que no esté de acuerdo con los usos de las instituciones a las que pertenece y con la legalidad vigente: tienen mayoría parlamentaria y, en consecuencia, hacen lo que les da la gana porque los votos que tienen detrás les legitiman para eso y para más. No hacen sino defender lo que es suyo: las prerrogativas y canonjías inherentes a sus puestos y cargos. Ya no hay mentira o abuso que no se ahorren con la impunidad más absoluta. Las trapisondas no son abuso o delito más que si te cogen, y no los cogen, porque no hay intención alguna de cogerlos: ni en lo que para ellos es minucia ni en la masa Gürtel y similares. Son los amos de los tribunales, de la policía, de una banca que se traga lo que no está escrito, de la calle, de tu casa y pronto hasta de tu conciencia puesta en remojo. Los amos.

Lo que el Consejo General del Poder Judicial ha venido a decir es que pueden hacer lo que les de la gana con el dinero público que le es asignado y que su presidente está por encima de la ley que nos aplasta a los demás. Es posible que puedan, otra cosa es que, por decencia y por un mínimo sentido de la situación social que está viviendo el país, deban. Un verdadero cambio político pasaría por la depuración de esta gente y de quienes se niegan a investigar la evidencia, y por una severa actuación de los tribunales independientes de una forma de hacer política (autoridad + beneficios personales), convertida en ideología. Pero no, no se vislumbra un cambio político o mejor, no se vislumbra otro que el insidioso y constante puesto en marcha por el gobierno del PP para reforzar un pleno Estado autoritario, con mucha policía, más condenas, más multas y cuanta más exclusión social, mejor.

¿Tiene algún sentido decirles que lo que hacen es poco ético y menos estético? No o muy poco. La ética y la estética de esta gente es muy otra que la del común. La gente del común, por ahora, se limita a no llevarse lo que no es suyo (tal vez porque no le dejan) y a vivir con el agua al cuello (porque no le queda otro remedio). Desde esta situación pocas fantasías éticas caben como no sean las propias del eremita o del faquir.

La estética de los marbellitas pasa por el mundo de los trajes y complementos valencianos, su ética por reclamar ajustes y sacrificios a quienes van engrosando el espectro de pobreza que Cáritas o la Cruz Roja parecen ser los únicos en evaluar. Quienes nos gobiernan pasan de esas cifras. Manejan otras. A su conveniencia siempre. De las otras no se dan por enterados.

La sensación diaria es la de que este es un país en caída libre, solo sostenido a porrazos, a gritos, a golpes de noticia bomba que no tienen continuación, o tienen abundante letra pequeña, y con alusiones a la patria, muy agradecida ella para los rotos y los descosidos, para los tira y afloja. ¿La prueba? Basta repasar todos los despropósitos que han rodeado el partido entre el Athletic y el Barça. Una trinchera y un ya cansino termómetro para medir la temperatura del estado de la cuestión, de la fiebre patriótica. Patria o muerte no, patria y banca, la mía, mi cuenta corriente que es mi alma y es mi patria. Cuando dicen bandera, están diciendo mi sueldo, mis beneficios, mis contratos blindados, mis dietas, mis prerrogativas, mis canonjías, mis fines de semana en Marbella, mis monterías... Vendrá en seguida en los crucigramas. Sinónimo de mangancia de seis letras: patria.

A mí me preocupa el monto de la última factura del gas que me ha llegado, de modo que me quedo mirando la cifra de 19.000 millones, que es lo que necesita Bankia para enjugar sus 3.000 millones de pérdidas, con la misma incomprensión con la que podría asomarme a una página escrita de arriba abajo o de un lado a otro en ideogramas chinos. Es para mí una completa abstracción. Y si lo digo es porque estoy seguro de que no soy el único que mira con aprensión y susto las facturas más elementales, el costo real de su vida. Cantidades desorbitadas que dan la medida del agujero nacional, del aliviadero por el que se ha despeñado la economía de un país. Esto no va con nuestros gobernantes que se dan la gran vida, a la que llaman "política de altura"; y hacen bien, dicen sus correligionarios.

Al margen de que el consejo de administración de Bankia haya pegado la estampida en pleno (algo tan grotesco como novedoso), no van a dar explicaciones de por qué en el mes de febrero decían que tenían 309 millones de euros de beneficio y ahora, por arte de birlibirloque, son 3.000 millones de pérdidas, cosa que se sabe el mismo día que se suspende su cotización en bolsa.

Tampoco van a dar explicaciones de por qué los productos de Banca Cívica han dado en bonos basura y por qué ha desaparecido el buque insignia de la economía oficial navarra o viceversa, ni por qué ahora lo público se convierte en privado; ni falta ya que hace. Agua pasada no es que no mueva molino, sino que envenena, se estanca en el alma y en la memoria, pero los julais del gobierno que iban a sus consejos a no hacer nada, cobraban por ir, por figurar. No tenemos por qué enterarnos de cómo ha desaparecido la dichosa barquichuela foral, ni quién y cómo la ha hundido, y cuánto han ido cobrando mientras tanto con el aplauso y la sonrisa boba de nuestros gobernantes solo buenos para mentir con desparpajo. A mí la verdad poco me importa, siempre la encontré trufada de gente prepotente y además, todos han sacado su tajada.

Saben que, pase lo que pase, no pasa nada. Están a salvo de cualquier pesquisa de la fiscalía, de la magistratura, de la propia policía, manipulan como pueden a la opinión pública y se ciscan en lo que pueden pensar o vivir con angustia los administrados. Digamos que es hasta de mal tono preguntarse por lo que resulta de una obviedad agresiva. Hay que hacer como si todo lo que ves, lo que a diario se te viene encima, no existiera, y fuera humo, humo que viene, que va, que cuando parece aclararse, se espesa y que, de manera siempre inexplicable, nos envuelve a todos, a todos los que no podemos poner pies en polvorosa con la bolsa en la mano.