No sé si a medida que se cumplen años se va haciendo uno más intransigente. Es posible. Desde luego, hay una cosa que sí se va perdiendo poco a poco: la capacidad de reírse de los asuntos supuestamente importantes. Reírse está bien siempre, como criterio general, pero es difícil y cada vez cuesta más. Si admites un consejo, protege tu risa. Que no te la amarguen. Además, ojo, es lo único que te rejuvenece. Pero a lo que iba, no sé si me estaré convirtiendo en un carcamal intransigente, intento evitarlo, pero de un tiempo a esta parte tengo la sospecha (ya sabes que ese es otro de los síntomas de la edad: se deja de creer y se empieza a sospechar), de que los medios de comunicación de este país se han vuelto literalmente locos con la cocina, con las recetas de cocina (experimental, tradicional, exótica, baja en calorías, etc), con los suplementos y programas culinarios de todo tipo y formato, con los reportajes de cocineros geniales, o revolucionarios, o histéricos, o infantiles, y con cualquier maldita cosa que tenga que ver con la gastronomía en general. ¡Qué saturación, de verdad! ¡Qué empacho! ¡Qué aburrimiento insoportable, sin tregua ni remisión! ¡Qué obstinación inmisericorde y enloquecedora, qué terca e insistentemente recalcitrante y enfática tabarra, qué machaconería estomagante y despiadada y definitivamente agotadora y aplastante y en último término atosigante y obsesiva! ¡Por favor, paren! He intentado moderar los calificativos porque soy consciente de que el exceso de tralla verbal suele por lo general restar eficacia a la argumentación, pero no he podido hacer más. Ya está. Dicho queda. Quería hacerlo desde hace tiempo. Ahora ya me callo y que siga sin freno la tabarra implacable.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
