Cuenta Nigel Barney en su delicioso libro El antropólogo inocente que la ceremonia de la circuncisión a la que se someten todos los hombres en el país Dowayo (Camerún) está vedada a las mujeres. No solo la asistencia, también el conocimiento de su desarrollo y consecuencias. De hecho, se les dice que consiste en el sellado del ano con un parche de piel de vaca. En realidad, las mujeres saben más de lo que se les cuenta, pero de esta forma se les niega el conocimiento y la comprensión completa de otras ceremonias que replican elementos de la anterior.

Dice Francisco que el celibato de los curas no es un dogma. Hasta ahí ya habíamos llegado. Existen curas casados y curas emparejados. María José Arana, teóloga, entiende más urgente equiparar a las mujeres en el acceso al diaconado y al sacerdocio. Pero para ello, sería necesario el reconocimiento de la igualdad previa. Nada de estatus especiales que no dejan de ser un eufemismo para la exclusión.

Mientras las instancias sociales que formulan y emiten pensamiento y concepción del mundo no se sitúen en la certeza de la igualdad, las reivindicaciones de los hombres serán las primeras en ser atendidas. Su mayor cercanía al poder los hace más capaces de influir en él.

Mientras esto no suceda, seguiremos asistiendo con pocas posibilidades de cambio a mil y una manifestaciones de violencia contra las mujeres, algunas aceptadas sin mayor problema en virtud de creencias, religiosas y no religiosas, costumbres y marcos mentales que se refuerzan a diario. Empezamos junio con 26 muertas a manos de sus parejas o exparejas en el Estado. Una exclusión radical que apunta a todo un sistema que la sostiene. Como en el país Dowayo, cualquier parche es un intento de confundir.