la semana pasada moría un vecino de Artajona como consecuencia de un golpe en la cabeza recibido en el transcurso de las vacas.

Decía estos días Stephen Hawking que en cien años los seres humanos deberíamos estar buscando un lugar en las estrellas para sobrevivir. Lo escuchamos y no nos sobrecoge considerar que será técnicamente posible. Como lo será curar enfermedades hoy mortales, graves o raras. Sobre el reparto de estos beneficios no me pronuncio, quién sabe. Sobre la pervivencia de algunos divertimentos bárbaros, tampoco.

Ni he corrido el encierro ni las vacas ni me atraen lo más mínimo, vaya por delante. Vaya también que entiendo bien los conceptos riesgo, reto, tradición, diversión, sentimiento? prácticamente todos, como cualquiera con ganas de entender y diccionario en su caso. No se trata de eso. Ni de un desacuerdo estético. Ni de militancia animalista.

Lo que pienso es muy sencillo. Cuesta mucho una vida. Alimentarla, abrigarla, educarla, curarla, protegerla. Y esas son tareas en las que no solo participan las personas directamente implicadas, puesto que en nuestra sociedad contamos para ello con el concurso de los poderes públicos, los mismos que organizan este tipo de espectáculo-experiencias tan nuestros. En los últimos veinticinco años han muerto en Navarra 16 personas en vacas y encierros. ¿Tiene sentido hoy este balance? ¿No son cifras suficientes?

A pesar de sus resultados, estos actos se programan y se reiteran como atracción principal de muchas fiestas. ¿Cultura? Lo sería desde un punto de vista puramente antropológico, es decir, como producto humano, como algo no dado por la naturaleza, como otras manifestaciones de otros grupos para las que nuestro olfato es mucho más fino y cuya inclusión en un programa de fiestas nos causaría ofensa, sonrojo e indignación.