Otoñal
me encanta la exactitud lacónica de los comunicados oficiales. Por ejemplo, comentan desde el Ministerio de Fomento que el otoño comenzará el miércoles 23 de septiembre a las 10 horas 21 minutos hora oficial peninsular y que durará 89 días y 20 horas, terminando el 22 de diciembre con el comienzo del invierno.
Inmediatamente, a uno se le podrían plantear algunas preguntas, sobre si este otoño será especial porque dura más o menos, al tener elecciones más o menos plebiscitarias o nada de eso. Si la Tierra orbita de manera bastante más estable y fiable que las declaraciones de los ministros del Gobierno, quizá lo de la duración es algo que no depende de las circunstancias complejas de este año tan otoñal en otras cuestiones. (Se lo soluciono porque al fin y al cabo yo me dedico a estas cuestiones baladíes: sí, la duración del otoño es la misma, pero es diferente de la de las otras estaciones, más que nada porque la velocidad de nuestro mundo no es la misma a lo largo de todo el año: más rápida en enero que en julio). La fecha y hora sí cambia, y no solo porque a veces, como pasó al comienzo del verano, introduzcamos un segundillo extra, sino porque nuestro calendario anual no tiene en cuenta que la revolución terrestre no dura exactamente un año, sino un poco más, y de ahí toda la aparente complicación calendárica con los bisiestos y las correcciones gregorianas que, por cierto, a otras culturas como la hebrea o la musulmana le importaron siempre tan poco como las libertades personales y públicas a gobiernos de países regidos por esos dogmas religiosos. Ya puestos, como por aquí pasaba cuando tal sucedía.
Total, que el otoño, incluso en declaraciones oficiales, nos muestra lacónicamente cómo seguimos dando vueltas a lo mismo. Y sufriendo de los mismos, o por los mismos. Y sin Spiderman que nos salve...