No espero nada nuevo del debate de hoy. No porque esté harto de los pedros, alberts, pablos y marianos, que un poco sí, sino porque sé que no van a hablar de lo interesante. Llevan tiempo vadeando una realidad venteada por aires masturbatorios. Como si esa realidad que presumen conocer se los hubiera tragado. A unos más que otros, eso es cierto. ¿Y qué es lo interesante me dirán? Pues no lo sé. Para mi vecina, un empleo de calidad y no la mierda de contrato que tiene, para mi cuñado que el ERE que padece no acabe en un subsidio del SEPE de por vida y para mi carnicero que la gente pase del cuarto y mitad de chorizo Pamplonica al cuarto y mitad de solomillo. Qué se yo. Nadie sabe a ciencia cierta qué es la realidad. Porque cada uno juega cada día con la suya y ni eso le da pistas para saber qué es lo interesante.

Así que si esta noche servidor tuviera delante a los cuatro debatientes, les diría que no hablaran más de la realidad y la vivieran, que se expusieran a los chorros de la emoción ajena, que sintieran la incomodidad de los silencios mortuorios, que miraran donde nadie mira, que hurgaran donde nadie ve, que fueran curiosos, que supieran limpiar su propia mugre, que la miseria y la crisis no les llene el corazón de ñoñería, que vayan más allá, que tengan paciencia, solo necesitan la complicidad del tiempo, que pierdan algo que les importe y lo digan, que sepan perder, que se equivoquen, que sean tozudos sin creerse geniales, que tengan una enfermedad y la cuenten, que se resistan a olvidar, que sepan aguantar los días en los que no sucede nada. Todo esto se me ocurre porque transcribo a Leila Guerriero, una argentina que me vuelve loco. Así que no espero nada del debate de hoy, esa comedia entre el escepticismo y el baile de disfraces. Solo leer a Leila Guerriero.