Más pronto que tarde van a meter la política española en las casas de apuestas, en las quinielas y hasta en las ruletas trucadas de las ferias: qué pasa, qué no pasa, qué va a pasar, oposición, serena, esto es ninguna, o de la otra, nuevas elecciones, continuismo... Una sola certeza, y apuesta me temo que a la baja: al margen de todas las cábalas sobre lo que va a pasar y lo que nos gustaría que pasara, el Rajoyato continua, no nos ha dado tiempo ni a dormirnos para comprobar que al despertar el Papamoscas con suerte y sus iguales seguían en el mismo sitio, como si no hubiese pasado nada, que igual es eso, que nada pasa.

Citaba el novelista norteamericano Philip Roth una frase rotunda e ingeniosa de Benjamin Franklin, hecha lugar común o sentencia de galleta china, acerca de lo que es la democracia: “Dos lobos y una oveja votando sobre qué se va a comer”. Los lobos no van a dejar ni las zurrapas. Es lo único que cuenta, no quién es la oveja de ocasión, porque eso se aclara solo, te lo aclaran sin preguntártelo. Y eso no es de ahora, sino una forma de vida, un Sistema cada día más fuerte, más sólido, más apoyado socialmente, pese a los caramelos progresistas que se lamen a tranquilos lengüetazos en las periferias tranquilas... hasta que se acaben los caramelos o la madre superiora se los quite, tranquilamente, de la boca.

Presumo que los cuatro años, casi cinco, de Rajoyato que acabamos de pasar, solo han sido un entrenamiento para lo que se nos avecina, solo que nos coge acostumbrados, más extenuados que domados, atemorizados ante la perspectiva de perder más de lo que hemos perdido hasta la fecha. Es preciso hablar ya de los miedos a puerta cerrada, de los de cada cual cuando echa cuentas de vida y de muerte, de debe y de haber. No es mucho presumir, es la lógica aplastante del suma y sigue, y no perder de vista las leyes que todavía tienen en cartera: reforma de las pensiones, ley de matonería, energía, sanidad, inmigración, autonomías, aplastar la rebelión catalana... la recortada tiene munición de sobra, leyes como postas y multas como apretada mostacilla. Solo que, en este mundo al revés, la lupara la manejan los lobos y te llevas un tiro por cualquier cosa, por una camiseta, por abrir la boca, por no cerrarla, por no dejarte empujar, por defenderte, por ejercitar derechos, por no admitir que estos se han convertido en concesiones graciosas del poder...

Hablan de recuperar la calle y la alegría prometedora de las movilizaciones. Eso, de entrada, no es fácil. La calle nos la quitaron de mala manera con la Ley Mordaza y la reforma del Código Penal que me parece no ha sido leída más que por los que la han padecido. Recuperar la calle es para esta gente terrorismo y probablemente pecado, si el nuevo ministro de Interior saca a pasear sus devociones y su peculiar sentido de pulcritud urbana. Donde la religión se usa como seña de identidad de clase social y como ideología política, la Cruz Verde es un hecho, aparezca en escena disfrazada de lo que sea.

El derrotado Pedro Sánchez, por la democracia no lo olvidemos, ha señalado a los responsables de su derrota confusa y estrepitosa, y la complicidad efectiva en ella de medios de comunicación, El País entre otros, que controlan la opinión pública muy por encima de los medios alternativos, y de poderosos empresarios, incluido ese maleante de la política que es Felipe González convertido en heraldo de la oligarquía. En realidad, Sánchez no hizo sino vocear de manera ruidosa lo que es desde hace tiempo del dominio público: las decisiones políticas se toman lejos del Congreso de los Diputados, o cuando menos fuera de él. Hace mucho que los lobos estaban en Madrid. “Los lobos han entrado en París”, cantaba el francés Serge Reggiani en 1967, pero para su canción no se inspiró en los nazis, sino en un suceso de página de ídems como fue el de la entrada de una manada de lobos en Madrid (años sesenta del pasado siglo), Madrid, ciudad abierta, cañada real, coto privado sin veda alguna, donde todos los días y las noches son hábiles, y sobre todo, está prohibida la entrada a quien no sea socio. La calle, ay, la calle, qué fantasía, sí, pero no dejes de cantarte el “¡A la calle que ya es hora...!”, como quien se silba un quitamiedos en el bosque a oscuras.