Uno puede aprovechar una moción de censura para lucir argumentos, para demostrar altura de miras o para ejercer de orador mordaz. Incluso para ir de cínica o socarrón. Eso forma parte de debate político. Pero también uno puede aprovechar la moción de censura para mentir de encargo y sabiendas. O acusar sin sustento con argumentos de saldo. Y también para hacer el ridículo. Aunque esto se ignore creyéndose un Cánovas. O si se sabe, da igual. O, aun sabiéndolo, creer que ese ridículo siempre tendrá un rédito político. Entonces estamos ante otro tipo de político. Viene a cuento esto a raíz de las argumentaciones de Iñigo Alli, de UPN, contra Pablo Iglesias durante la moción de censura. Me pareció al escucharle, que este hombre no rebate. Más bien anda escaso de habilidad, seguridad y no poca intelectualidad política. Además de ideas más allá de la bufonada chulesca o la bomba fétida a traición. Y le sobra rencor por decreto. Por cierto, si al ministro de Cultura se le vio leyendo Tenemos que hablar de muchas cosas, a Alli se le vio ojeando El sueño de un hombre ridículo, de Fédor Dostoievski. Pero a lo que iba. Que Alli, y por extensión UPN, representa en estado puro la bajeza intelectual, de palabra, obra y omisión, de una clase política que quiere llamarse oposición pero que debiera opositar para merecerse ese título. Porque las argumentaciones contra Iglesias no fueron tales, sino la excusa perfecta para enmierdar y difamar al Gobierno en Navarra. Y no seré yo quien lo defienda a capa y espada. Pero una cosa es que te manden de mamporrero a desprestigiar y cantar el apocalipsis navarro y otra que ignores la ciénaga en la que navegas. Y no digas nada. Y calles como un muerto cuando por delante de tus narices pasan 48.000 millones de euros de corrupción con nombres y apellidos. Y los tenías allí, Alli.