Andaba pensando que Pamplona, seguro que también otros lugares, alberga una zona y un día que transcurren, por así decirlo, al margen de las reglas que nos rigen. Para más desconcierto, lo que hace diferente a ese lugar es el paso del tiempo al entrar en él y esa jornada sólo se diferencia del resto por su estrechez geográfica. Me explico.

Cuando has de permanecer en el área hospitalaria como paciente o acompañante confirmas que no hay sensación más subjetiva que la duración de un minuto. Dejando al margen el hecho de que uno pueda encontrarse realmente pachucho, pocas cosas resultan tan aburridas como echar horas en un hospital para ayudarte a constatar que en el primer tramo de la calle de Irunlarrea manda un reloj lentísimo.

Pero aún más particular es la experiencia de una fecha como San Saturnino. Para algunos pamploneses es fiesta grande, y no sólo por la presencia de la Comparsa en el Casco Viejo. Saturday es para quedar con amigos desde el punto de la mañana, comer, beber y bailar en la puerta del Muthiko hasta la anochecida y, sin embargo, a poco que uno se aleje del centro parece no existir la festividad del patrón. La ciudad se muestra triste y vacía en algunos barrios y ajetreada como cualquier día de labor algo más allá. Es raro.