Zuckerberg se ha pasado de listo. No es que no supiéramos que le habíamos entregado la información de todo los que somos al contratar una cuenta en su página, al tener siempre presente en nuestra vida su muro de noticias digeridas y edulcoradas, filtradas para mayor lustre de los que pagan por la publicidad dirigida alentada por algoritmos muy inteligentes. No nos importaba demasiado porque la red social nos da lo que buscábamos, reafirmar tus convicciones, encontrar conocidos o hacer nuevos. No digo yo que incluso haya servido muchas veces para hacer el bien, aunque yo me haya sentido, y lo he hecho desde el primer día en que abrí el Caralibro, en un sitio un poco repugnante, exhibido pero no porque yo lo quiera, sino porque mis datos escapaban de mi control. Allí aparece el 11 de septiembre de 2008 mi primer estado: “Javier Armentia ODIA Facebook”. No es extraño: siempre he sido muy de odiar monopolios, oligopolios, élites y demás. Pero también soy friki y no puedo dejar de probar las novedades.
El mundo ha cambiado en estos 10 años y ahora sabemos que, además de que las grandes compañías del capitalismo digital usan nuestros datos y nos usan a los clientes como mercancía para sus beneficios (económicos, quiero decir), además, en Caralibro el juego se pone serio y va derivando a lo del control del mundo, eso que hará un día verdad a las paranoias que fueron falsas hasta disponer de una herramienta capaz y de un público entregado y sumiso. Así que quizá conviene parar, irse de ahí. Yo lo voy haciendo, callando y pasando de leer, sin más. Creo que se puede, aunque no borraré mi cuenta, porque es bueno dejar el páramo con nuestras caras, con un “ahí estuve, pero me has defraudado” que es el mejor epitafio para una red social que deja de ser social para ser sociópata.