me van las emociones fuertes. Pasé la mañana del viernes escuchando a Jiménez de los Santos por la radio. Ni la guitarra de Duane Allman podría sonar tan dulce como los berridos indignados de Federico, que le llaman sus incondicionales, babeando rabia contra Alemania y su judicatura. Debía de ser uno de esos millones de hispanos (auto)adoctrinados en la idea de que, ante la consistencia de los cargos presentados por la Justicia española, los magistrados germanos no tardarían un minuto en empaquetar a Puigdemont y enviarlo a Madrid envuelto en celofán. Los efectos del hostión se hacían notar también en otras cadenas algo más templadas de lo que ahora llaman patriotismo constitucional, pero ninguna hacía sombra en incredulidad y sensación de ultraje a las del astro de las mañanas radiofónicas. “El PP murió ayer”, repetía incansable, por el jueves, el Viriato de las ondas. Ese mismo día supimos también del papelón de Cristina Cifuentes y su máster fantasma. Hasta yo me puse rojo con las imágenes de Rajoy y sus barones aplaudiendo el sábado a la presunta fraudulenta y más que presunta mentirosa. Muchos de ellos parecían preguntarse: “¿A qué viene este follón por un título falso de nada cuando llevamos décadas robando millones?”. Yo, con Federico: el PP está muerto matao. Ahora, el que nos tiene que empezar a inquietar es Ciudadanos, el plan B del IBEX 35: taza y media de neoliberalismo y ultracentralismo, con algo menos de caspa nacionalcatólica. Sería preocupante que el partido de Rivera gobernara en Madrid. Y todavía más preocupante que llegara a pintar algo en Navarra. La UPN de Esparza, visto que se queda compuesto y sin novia madrileña, está ya preparando nuevos esponsales. El foralismo hecho partido se dispone a abrazar sin complejos ni culpa al partido antiforalista por excelencia.