Siempre hay que pensarlo todo de nuevo. Siempre hay que estar redefiniendo las palabras y sus límites. Los significados cambian. La realidad no se está quieta. La sociedad se diversifica, se transforma y evoluciona. La educación también. Y la ciencia. Y la justicia. ¿La justicia está en crisis? No, la justicia no puede estar en crisis. Porque si la justicia estuviera en crisis, entonces ¿qué? La justicia no puede anquilosarse: tiene que estar al día. Ser juez no puede ser un oficio cómodo y rutinario. Los jueces no pueden ser personas alejadas de la realidad social. Los jueces nos representan a todos. Han adquirido un compromiso solemne. Cuando un hombre se sienta ante un juez es como si se sentara ante la humanidad entera. Ahí no puede haber frivolidad, ahí no puede haber relajación, ahí no se pueden hacer chistes. Los jueces tienen que ser personas ejemplares y especialmente lúcidas. Cualquiera no puede ser juez. Un ignorante no puede ser juez, supongo. Un malvado, tampoco. Los jueces tienen que ser capaces de ver y comprender las claves de su tiempo. Tienen que ser capaces de ver y comprender a la sociedad real: interesarse por su complejidad. Y tienen que ser capaces de elevarse sobre la insuficiente y a veces retorcida y ambigua literalidad de una ley obsoleta. Últimamente Navarra se ha visto en el centro de la polémica judicial debido a dos casos de gran trascendencia mediática que han puesto de manifiesto una importante diferencia de criterios entre una gran parte de la sociedad y las instancias judiciales, evidenciando así un desfase flagrante. Me parece un mal síntoma. Los jueces no pueden desligarse de la sociedad, no pueden permitirse desconocerla, no pueden fingir ignorar su evolución, sus avances, sus cambios. No pueden atornillarse a conceptos del pasado ni a leyes caducadas. Siempre hay que pensarlo todo de nuevo. La palabra consentimiento, por ejemplo. Urge redefinirla, ¿no?