Diálogo en el tendido: “Caballero, me obliga a estar con las piernas abiertas”. “Señora, no es mi intención y no sé qué puedo hacer para evitarlo”. Parece un picante sainete costumbrista. Las digresiones dieron para varios toros. Las localidades de tendido de la plaza de Pamplona son estrechas. Las rodillas llegan a ser el respaldo del ocupante del asiento inmediato inferior. La relación entre longitud de piernas propias y volumen torácico vecino puede obligar a que aquéllas pongan la espalda entre paréntesis. El respaldo huesudo se convierte así en auténtico sofá con orejeras. La disposición de las extremidades inferiores se complica si alojan mochila, bolsa o nevera con la merienda. La controversia implicó a personas aledañas -a iniciativa propia o instigadas- e incluyó verificación práctica de los argumentarios enfrentados. El caballero se levantaba y sentaba mientras ajustaba el borde de su almohadilla al bordo del cemento. La señora mantenía las piernas separadas en denuncia de su postura forzosa. Prestar el testimonio visual demandado a los vecinos de localidad del pretendido infractor resultaba incómodo. Como un abordaje no deseado a la intimidad de la mujer. Aquella tarde, el final del embudo delimitado por los muslos era de color blanco. Inevitable acordarse de Manolo Escobar, la minifalda y la corrida de toros. Solo que en este caso no se miraba hacia arriba por morbo sino por requerimiento testifical. La MECA tendría que hacernos la misericordia de evitar estos agobios. Físicos y éticos. Siquiera para festejar el cercano centenario del coso taurino de su propiedad. La solución está inventada: asientos ergonómicos. Además de tomar medida de nuestra paciencia con las largas colas en el proceso de renovación de los abonos, podría tomarnos las medidas de la configuración anatómica: longitud de piernas, anchura de caderas y hombros, volumen de los glúteos. Lo básico para acomodarnos sin molestar al vecino. Concordia.
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